«Desigualdad de género y medio ambiente, oportunidad de transformación» por Anahí Urquiza

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Columna de opinión de Anahí Urquiza, investigadora (CR)2, coordinadora de la Red de Pobreza Energética y académica de la Facultad de Ciencias Sociales U. de Chile. Publicada en Cooperativa.

La humanidad enfrenta hoy una grave crisis climática que demanda la urgencia de modificar nuestra relación con el medio ambiente, así como también la de reducir las desigualdades socio-estructurales, pues son dos caras de una misma moneda.

La idea de explotar constantemente a otros seres vivos con la finalidad de cubrir necesidades infinitas, sostiene un modelo económico inviable y una sociedad profundamente injusta.

Hoy día el modelo capitalista movilizado por el consumo material, que cuenta con recursos limitados en mercados globalizados, está siendo tensionado, cuestionando las estructuras que lo mantienen, poniéndose en contradicción con los propios derechos enarbolados por su éxito.

Los asuntos ambientales en general – y especialmente el cambio climático – son problemas de desigualdad: decisiones pensadas y tomadas en función del beneficio de algunas personas, generan consecuencias que profundizan las vulnerabilidades de otras. En ese contexto, las mujeres y disidencias quedan en una posición de evidente desventaja como resultado de los roles de género que históricamente se les han atribuido.

Tradicionalmente las mujeres y cuerpos feminizados han sido encargadas de las tareas de cuidado de los hogares, incluyendo la crianza, el cuidado de personas enfermas, de las personas mayores, el abastecimiento de alimentos, agua, energía y necesidades importantes como actividades de higiene, educación, entre muchas otras, según el contexto cultural donde nos encontremos.

Paralelamente, las decisiones políticas y económicas han estado en manos masculinas, donde el modelo económico se ha desarrollado, en base al sometimiento y extractivismo de territorios y de sus habitantes, sostenido en la producción de “recursos naturales” necesarios para el estilo de vida de ciertos grupos de personas en diferentes rincones del planeta.

Para reflexionar sobre este tema es posible pensar en dos niveles: la mayor vulnerabilidad de las mujeres y la menor posibilidad de incidir en las transformaciones públicas que se requieren.

Miremos algunos datos para hacernos una idea. Según la encuesta CASEN 2017, en vulnerabilidad debemos considerar la feminización de la pobreza, donde el 20% de las mujeres están en situación de pobreza multidimensional, pero además al mirar que el 22% de las familias en campamentos son monoparentales, el 96% de ellas tienen jefaturas femeninas (Techo-Chile, 2015).

Por otro lado, las mujeres ocupan en promedio el doble del tiempo en tareas domésticas, incluyendo a las que tienen trabajo remunerado además del doméstico (ENUT, 2015), siendo las principales afectadas si estas horas se amplían por problemas climáticos (limitaciones de recursos, eventos extremos, etc.). Este fenómeno es especialmente evidente cuando hablamos de Pobreza Energética. (1)

Paradójicamente son las mujeres quienes declaran mayor preocupación y se sienten más responsables cuando hablamos de cambio climático, tanto del problema como de involucrarse en la solución (cerca de 10% de diferencia) (Statknows, 2019).

Sin embargo, la participación en cargos políticos solo se ha logrado acercar al 20% (SERVEL, 2018). En el sector privado la situación no es mejor, ya que en Chile solo el 13% de los principales cargos directivos de empresas son mujeres (Imad, 2017). Claramente, aún hoy día las mujeres están en una importante minoría cuando se toman decisiones políticas y económicas.

En este contexto podemos visualizar una gran oportunidad; tenemos la obligación de transformar nuestras estructuras económicas para hacer viable nuestra vida en el planeta y al mismo tiempo necesitamos transitar hacia un modelo que logre incorporar y valorizar el cuidado de otras personas y otros seres vivos, como la base de las decisiones políticas y económicas.

Más mujeres en los círculos de toma de decisiones nos permitirían avanzar en mostrar este escenario, estas visiones más colectivas, donde el cuidado de las nuevas generaciones sea la base de las expectativas de desarrollo.

¿Qué es lo humano?, ¿lo racional?, ¿la capacidad de pensar o de decidir para lograr beneficios individuales? Ninguna de las anteriores, es el lenguaje y pensamiento simbólico que existe para cuidar de otras personas, es decir, la capacidad de vivir colectivamente a través del sentido. Sin embargo, cuando la lógica reduccionista se apodera de nuestras estructuras, nos impide incorporar visiones más integrales que consideren un horizonte temporal más amplio, más inclusivo socialmente, y donde la sociedad asuma que no existe sin el entorno que la sostiene.

Colaboración y respeto. Más mujeres en las decisiones, más hombres en tareas de cuidado y más espacio para quienes no se adscriben a las definiciones binarias. Solo personas, donde los roles se compartan, las visiones se complementen y el futuro se construya de forma colectiva.

Cuando vemos a millones marchando por las calles, nos damos cuenta de que hoy tenemos una gran oportunidad, quizás una de las últimas. No la dejemos ir.

(1) : http://redesvid.uchile.cl/pobreza-energetica/wp-content/uploads/2020/03/Documento_genero_VF.pdf