Análisis: El cambio climático como problema de desigualdad | (CR)2

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¿Somos todas las personas igual de vulnerables ante el cambio climático? Esta puede parecer una pregunta válida si se piensa que el clima nos debería afectar a todos los humanos de manera homogénea, pero esto no es así. Lo primero que se debe entender cuando se habla de cambio climático es que éste es, justamente, un problema de desigualdad en varios niveles.

Hay que partir señalando que los países que más contribuyen al cambio climático no serán los más perjudicados, pues cuentan con mayores recursos y opciones para prepararse ante los impactos. De hecho, estos países llevan décadas preparando a sus comunidades con, por ejemplo, planes de diversificación de su matriz económica, fortalecimiento de los gobiernos locales, etc. En cambio, los países más pobres cuentan con poca información del cambio climático y la que tienen no está adecuadamente procesada o no es accesible, pues sus instituciones recién están incorporando esta temática a sus políticas públicas. Además, estos países están enfrentando múltiples desafíos que son visualizados como más urgentes que el cambio climático (combatir el hambre, los problemas de seguridad, corrupción, narcotráfico, entre muchos otros relacionados con los altos niveles de pobreza), lo que les dificulta desarrollar las necesarias estrategias de preparación para enfrentar los efectos que ya se están visualizando.

Según el ranking de vulnerabilidad de la Notre Dame Global Adaptation Initiative, Chile está mejor preparado que otros países, encontrándose en el puesto número 27 de las naciones que no se verán tan fuertemente impactadas por el cambio climático, aunque, igualmente, se encuentra por debajo de la media de los países de la OCDE. Sin embargo, nuestra dependencia de los recursos primarios, los que a su vez dependen del agua, como la agricultura y la minería, y el no tener diversificación de la matriz productiva, nos impiden tener la suficiente resiliencia frente a impactos como la sequía, la que afectará a muchos sectores económicos. Esta amenaza se ve especialmente agravada por las condiciones institucionales que favorecen la sobreexplotación de los recursos hídricos, dejando en una posición aún más vulnerable a la población rural dependiente de la pequeña agricultura y a los asentamientos humanos que enfrentan problemas de abastecimiento de agua potable.

Esta diferenciación entre países que cuentan con más y aquellos con menos recursos también se replica a menor escala al interior de los propios territorios. En el caso de Chile, las viviendas de las comunas más ricas cuentan con mayor y mejor aislación que las viviendas sociales o de autoconstrucción de las comunas más pobres, siendo capaces de soportar mejor las temperaturas extremas. A esto se suma que estas comunas cuentan con una mayor cantidad de áreas verdes, lo cual es sumamente importante pues la vegetación regula la temperatura.

Aquí entra en juego el concepto de “islas de calor”. Estas islas no son un fenómeno físico ni natural, sino que es una construcción social, una manera de construir nuestras ciudades, que hace que el calor se intensifique en ciertas zonas urbanas principalmente vulnerables, debido, entre otras cosas, a la escasez de áreas verdes. Las personas que viven en las “islas de calor” son las que se verán mayormente afectadas por las temperaturas extremas, sobre todo en aquellos meses que sobrepasarán los 30 °C. Esto claramente se podría clasificar como una injusticia social, porque son las personas con menos recursos las que viven bajo estas condiciones de estrés climático, soportando altas temperaturas en construcciones que no cuentan con mecanismos para enfrentarlas, sumado a que no cuentan con recursos para escapar de esta situación.

En el caso de Santiago, se pueden apreciar las diferencias de temperatura entre los distintos sectores de la ciudad. En el sector oriente, por ejemplo, donde hay una menor densidad de construcción y más áreas verdes, se presentan temperaturas más frías. Algo similar ocurre en el resto de las ciudades del país, las que reproducen el crecimiento y segregación de las zonas metropolitanas. En Chillán, por ejemplo, donde hay más de 30 °C en verano y bajas temperaturas en el invierno, sumado a la contaminación atmosférica, se observa que la gente de mayores ingresos vive en parcelas de agrado o condominios ubicados en la periferia, donde hay mejores condiciones climáticas y de habitabilidad.

No siendo esto suficiente, la vulnerabilidad ante el cambio climático no sólo es desigualdad desde el punto de vista económico, sino que también afecta diferenciadamente según el grupo etario, género y etnia. En el primer caso los adultos mayores son los más afectados por el cambio climático, debido a su sensibilidad frente a los cambios de temperatura y a la contaminación atmosférica. En tanto, en el segundo, son las mujeres, pues son las que más mueren en eventos extremos y desastres. Además, generalmente, se les atribuye el rol de cuidado del hogar, de los niños y de los ancianos, lo que les impide moverse o migrar en caso de necesidad. En relación al tercer caso, hay pueblos originarios que viven de la agricultura, viéndose altamente impactados en situaciones de escasez hídrica, por lo que deben dejar su forma de vida y migrar, con el consiguiente deterioro de su cultura, lo que también se considera una consecuencia del cambio climático.

En síntesis, la vulnerabilidad ante el cambio climático no afecta a todos por igual, siendo esto el resultado de un tema político, cultural, social y una desregulada planificación territorial, entre otras formas de construir nuestras sociedades. En el caso de Chile, además, responde a que los recursos naturales están en manos del mercado, no hay participación ciudadana significativa, y contamos con una débil institucionalidad para fiscalizar y preparar a los territorios frente a los desafíos del cambio climático. Bajo este contexto, el cambio climático se está transformando en una barrera para alcanzar el anhelado desarrollo y, sin duda, en una amenaza que profundiza nuestra ya preocupante desigualdad.

Anahí Urquiza, académica del Departamento de Antropología, Facultad de Ciencias Sociales, Universidad de Chile e investigadora (CR)2

Pamela Smith, académica del Departamento de Geografía, Facultad de Arquitectura y Urbanismo, Universidad de Chile e investigadora (CR)2