El mensaje de una relación sustentable con el planeta debe permear toda la educación (El Mercurio)

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    La enseñanza de cómo vivir en forma sostenible no solo debe venir de los libros. Es necesario reinventar el aula, dicen quienes se dedican a la alfabetización ecológica, salir a terreno para que los alumnos vean los problemas específicos en su lugar de origen y así valoren el ecosistema.

    Por Lorena Guzmán H.

    Alfabetización ecológica significa el entendimiento de cómo funciona el mundo desde un punto de vista físico, de su energía, de la vida, y cómo se traspasa ese conocimiento a la economía, al uso de la tecnología y a la forma de vida. Algo que en principio suena bastante razonable, pero que en la práctica es muy difícil de llevar a cabo, especialmente si se considera que para lograrlo toda la educación tiene que estar imbuida con este concepto.

    «No es demasiado tarde para lograrlo», dice David Orr, especialista en estudios y políticas medioambientales del Oberlin College, en Ohio, Estados Unidos. El autor de varios libros de divulgación sobre el medio ambiente y uno de los pioneros de la alfabetización ecológica vino a Chile a dar una charla magistral invitado por la Vicerrectoría Académica de la Universidad Católica.

    Cambio de paradigma

    «Vivimos en una tradición occidental que plantea que podemos controlar la naturaleza con la tecnología, creyendo que entendemos algo que ha evolucionado por 3,8 millones de años», dice. Este es el concepto que hay que cambiar, enseñando a todos cómo minimizar el impacto del hombre en la Tierra.

    «La forma de hacerlo es a través de todas las disciplinas -desde la arquitectura, la política y hasta la medicina-«, agrega. Junto a ello, explica, hay que cambiar la perspectiva de lo que se enseña en colegios y universidades. La proyección ya no tiene que ser en años o décadas, sino en siglos o milenios para lograr transmitir el real alcance de la huella del hombre y así disminuirla.

    Y para eso el esfuerzo no es irrelevante. Si bien David Orr es parte del Proyecto Orberlin -que incluye, entre otras cosas, al primer edificio universitario verde-, reconoce que hay bastante por hacer. Pero lo bueno es que en muchos lugares este movimiento ya comenzó. En California, el 30% de las escuelas tiene granjas propias, donde se cultiva parte de los alimentos que se consumen en sus casinos, pero también se les enseña a los estudiantes qué significa «hacer crecer comida».

    Y esta es una de las claves, asegura Gonzalo Salazar, director del Centro UC de Desarrollo Local (Cedel), en el Campus Villarrica de esa casa de estudios. «Es necesario reinventar el aula, salir a terreno para ver los problemas específicos de cada lugar y de esa manera lograr valorar el ecosistema», opina.

    La necesidad de enseñar cómo funciona la naturaleza no se completa solo con lo que dicen los libros, y menos aún si ese discurso es ajeno. «Esto se tiene que enseñar con las especies nativas, con lo que hay en el lugar de origen. Hoy los textos están llenos de leones, jirafas o plantas tropicales, no hay conexión con lo propio», asegura Nelida Pohl, bióloga y asesora de comunicaciones del Instituto Milenio de Ecología y Biodiversidad. Si no hay correlación con la vida reciente o con entender la relación concreta, por ejemplo, del agua con determinados cultivos, es muy difícil que lo que se enseñe se internalice, y termine cambiando actitudes y generando hábitos.

    El papel del Estado

    No solo se trata de los temas, sino también del enfoque general que se le da, agrega Paulina Aldunce, investigadora del Centro de Ciencia del Clima y la Resiliencia CR2. «Esto tiene que darse como una sumatoria de cosas y no solo con actos aislados -como únicamente enseñar a reciclar a los niños, por ejemplo-. Además, el Estado también tiene un rol fundamental en la creación de institucionalidad, de manera que la sociedad se pueda organizar alrededor de este tema», opina.

    Nelida Pohl concuerda. Cuenta que sus programas de difusión de la ecología se topan con el que los profesores deban ajustarse al currículo y estos temas no están en él.

    Aun así, de a poco todo suma. En su idea de reinventar el aula, el Cedel tiene un programa de conocimiento de ecosistemas acuáticos de ríos y lagos en las regiones de La Araucanía y Los Ríos, orientado a preescolares y a todo el ciclo básico. Mientras, también están trabajando para lograr cambios a nivel de la enseñanza universitaria (ver recuadro).

    El desafío es cómo convertir todas estas iniciativas en una forma integrada y continua de enseñar ecología. «Es cosa de imaginarse que cada colegio o universidad se abastezca solo con energía solar, o que recicla y procesa todos sus desechos, o que cultiva todos los alimentos que consume. Así, su diseño se vuelve un reflejo de la correcta relación con la naturaleza y, finalmente, de lo que se quiere enseñar», dice David Orr.