La Tierra para vivir y alimentarnos no se acabará, pero habrá que restringirse (El Mercurio)

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    Mientras la población sigue aumentando, el espacio que la gente ocupa en el planeta no alcanza el 5%. El problema es que el suelo que se precisa para que todos tengan lo vital comienza a agotarse.

    Por Lorena Guzmán H.

    Hoy el planeta tiene poco más de siete mil millones y medio de habitantes. En 2050, esa cifra llegará casi a los 10 mil millones y, para 2100, sobrepasará los 11.200 millones. Alimentar, dar salud y entregar educación a toda esa gente será un gran desafío, al que muchos claman que la Tierra no sobrevivirá. El problema es complejo y tiene múltiples aristas, pero recientemente ha salido a la luz una que no es necesariamente evidente. El suelo que toda esa gente necesitará para vivir.

    Si bien menos del 3% del planeta es actualmente utilizado por las ciudades, la agricultura y ganadería ocupan el 40% del territorio. De hecho, se espera que para 2050 cerca del 70% de la población viva -altamente concentrada- en ciudades. Estas necesitarán comida y agua potable, al igual que muchas otras cosas que requieren extensiones de tierra considerables.

    En un siglo pasamos de ser mil millones de habitantes a ser siete mil millones, dice Pedro Serrano, ingeniero eléctrico y director de la Unidad de Arquitectura Extrema de la Universidad Técnica Federico Santa María. «Toda esa gente se está alimentando y aún funciona el planeta. Finalmente, lo que ha resuelto las continuas demandas de este crecimiento es la tecnología», opina.

    Aún hay espacio

    Según un estudio de la Universidad de Stanford, en Estados Unidos, se necesitarán entre 2,7 y 4,9 millones de hectáreas más para cultivar el alimento de este mundo en crecimiento. Hoy, quedan cerca de 445 millones de hectáreas que podrían suplir esta necesidad.

    Además del avance en la tecnología, agrega el académico, la productividad ha aumentado en todos los sectores. Un plus más para enfrentar el problema.

    Claudio Huepe, director del Centro de Energía y Desarrollo Sustentable de la Facultad de Ingeniería y Ciencias de la Universidad Diego Portales, coincide. «Solo pensando en los autos, por ejemplo, ellos recorren muchos kilómetros más por la misma cantidad de combustible que antes», dice. Y constantemente hay más mejoras.

    Pero donde hay que poner ojo, a juicio del experto, es en la urbanización. «Históricamente el mundo tuvo más proporción de población rural que urbana, y hoy pasa todo lo contrario», señala. La concentración de gente en las megápolis es un gran desafío.

    «El problema no será el no poder lograr alimentar a esa cantidad de gente o generar la energía necesaria, sino más bien las implicancias que van a traer estas megaciudades, las vulnerabilidades que ellas tendrán», expresa.

    El ejemplo más reciente de esto es lo que pasó en Santiago con la nevazón, donde se demostró nuevamente la fragilidad de los servicios básicos. «Más que se acaben los recursos en sí, el desafío estará en asegurarlos constantemente», agrega.

    Las energías renovables no convencionales jugarán un gran rol en ese abastecimiento, por nombrar un ejemplo; el tema es asegurarlo en las mismas urbes.

    Dónde producir

    Otra de las consecuencias del surgimiento de estas enormes ciudades es la pérdida de suelo, agrega Pedro Serrano. «En el caso de Santiago, la ciudad se comió los mejores suelos agrícolas que tenía el país», asevera. El problema es que el proceso es irreversible.

    Las «ciudades comestibles» serían la gran solución, propone el especialista. «La idea es cultivar en todas las superficies posibles; en techos, paredes y con plantaciones verticales. Tener manzanos en vez de plátanos orientales en las calles, por ejemplo. Es algo donde toda la comunidad se compromete», afirma. Plazas y calles se convertirían en pequeñas granjas, pero el sistema de mercado cambiaría completamente, agrega. Ya hay ejemplos de esto en puentes de Manhattan, en Nueva York, o techos en París, pero, por sobre todo, el cambio será fuerte y cultural.

    Es cierto que aún quedan muchos territorios que habitar y que hay otros tantos que nunca tendrán inquilinos, tanto por su geografía o por su clima, pero qué tan flexible serán ellos dependerá de los cambios globales.

    «La pérdida de biodiversidad, el cambio de uso de suelo y la deforestación son variables que impactarán directamente en la vida», dice Paulina Aldunce, investigadora del Centro de Ciencia del Clima y la Resiliencia (CR)2. Ciudades y terrenos que tendrán que blindarse frente al alza del nivel del mar y la escasez de recursos son parte de sus efectos.

    Si bien los cambios globales afectan a todo el planeta, como lo dice su nombre, las consecuencias específicas dependen de cada lugar. «En el caso de Chile, si bien tenemos mucho terreno por ocupar, lo que realmente se volverá crítico -al aumentar la población- será producir más agua», explica. El mayor impacto del cambio climático en el país será en los recursos hídricos, agrega.

    «Según datos del (CR)2, la última sequía en Chile fue la más severa, tanto en extensión geográfica como temporal, y el 25% de esa severidad fue producido por el cambio climático», dice. Por ello, uno de los factores a sumar al uso de la tierra del futuro es el cambio en los modelos de consumo para moderar la demanda y presión sobre el planeta.

    «No basta con solo reducir las emisiones de gases de efecto invernadero. Eliminar la vegetación implica hacer desaparecer el sumidero de estos mismos gases. Y las ciudades y la agricultura de hoy van directamente en contra de ella», termina.

    Leer en El Mercurio.