Las nuevas grietas que traza la crisis hídrica en Chile (Radio Pauta)

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El lunes 2 de diciembre comenzó la COP25 en Madrid. ¿Cuánto ha empeorado nuestro país en sequías y desertificación? Expertos entregan datos y los ponen en perspectiva histórica.

Por Fernanda Monasterio Blanco

El lunes 2 de diciembre comenzó la COP25, el evento climático más importante del mundo en 2019. Un encuentro que, de solo ser mencionado, deja un sabor amargo en boca para los chilenos: Santiago iba a ser la sede oficial de este año, pero la crisis que vive el país la obligó a moverse en tiempo récord a Madrid.

Uno de los temas centrales que se abordará en esta vigesimoquinta Conferencia de las Partes es la sequía. Una realidad por la que atraviesan muchos países. Y lamentablemente, Chile está arriba en la lista. Casi como un presagio, ad portas de finalizar este 2019 surgieron datos que podrían confirmar que esta temporada ha sido la más seca en 50 años en la zona central, según consignó Qué Pasa.

Pablo Camus, historiador ambiental de la Universidad Católica, destaca que existen dos factores predominantes que influyen en el escenario actual: las fluctuaciones climáticas que producen ciertos fenómenos meteorológicos y la incidencia que las personas hemos tenido sobre el funcionamiento de la tierra.

«Es difícil distinguir cuánto es causado por el hombre y cuánto es propio de los ciclos de la tierra, pero si miramos los gráficos con datos de precipitaciones, yo creo que hay una tendencia a la baja. Por ejemplo, en 1899 y 1900 llovió, en ambos años, por sobre los 800 ml. Eso no se ha vuelto a dar en el siglo XX», comenta Camus sobre la situación hídrica en Santiago.

En la capital, entre 1824 y 2019, el promedio de lluvias se calcula en 323 ml. Camus cuenta que, según los datos que manejan en la Facultad de Historia de la UC, el año 1924 ha sido el más seco de la historia: llovieron 66 ml, mientras que en 2019 —al menos— ya se superan los 80 ml.

Cambio de escenario

Sequías, megasequías, escasez hídrica, desertificación y aridificación. Los conceptos suman y siguen, llevando a que uno acabe por preguntarse: ¿qué es lo que se está viviendo hoy en Chile?

A partir del 2010, y de acuerdo con datos del Centro de Ciencia del Clima y la Resiliencia, el territorio ubicado entre las regiones de Coquimbo y La Araucanía ha presentado un déficit de precipitaciones de cerca de 30%. Además, desde 2006 se observa un déficit hídrico en general; es decir, ya van casi 13 años de sequía en Chile.

Según explica el director del Instituto para la Resiliencia ante Desastres (Itrend), Felipe Machado, de alguna manera las sequías o megasequías son fenómenos puntuales. Eventos que tienen un principio y un fin, y que se consideran como poco recurrentes en el día a día.

«Uno podría preguntarse si no estamos hablando ya de un nuevo fenómeno. En el fondo, la sequía se mide en base a un promedio, y ocurre cuando uno tiene un déficit con relación a este, pero se espera volver al promedio anterior. La pregunta es si vamos a volver algún día a una situación como la anterior, y si no estamos frente a un nuevo normal», comenta Machado.

Por su parte, el investigador del Centro de Ciencia del Clima y Resiliencia, Juan Pablo Boisier, destacó en Pauta Final que Chile presenta uno de los escenarios más robustos en términos de precipitaciones a nivel mundial. «Nosotros tenemos una amenaza muy clara, somos un país muy vulnerable, por ese y por otros motivos también. Ahora, Chile —dentro de todo— está más o menos bien preparado (…). Tenemos una cierta capacidad de adaptación importante», aseguró.

Pronosticar en un nuevo contexto

Actualmente, los climatólogos trabajan con bases de datos históricas y, a partir de estas, van realizando modelos predictivos. «Si uno mira la tendencia de los últimos años, claramente el patrón ha ido cambiando», indica Machado.

Desde una perspectiva estadística, se podría decir que la tendencia es hacia la baja en las precipitaciones, motivo por el cual se estaría provocando de manera más permanente un estado de desertificación de la zona central del país.

El director del Itrend aclara, de todos modos, que los registros históricos en Chile no abarcan tantos años hacia el pasado, «pero sí hay suficiente información como para tener ciertas predicciones», confirma. Por ejemplo, la base de datos que maneja Pablo Camus, y a la cual PAUTA tuvo acceso, abarca desde el año 1824 en adelante.

Asimismo, es necesario entender que, aunque en momentos la tierra ha pasado por etapas de calentamiento que se podían aducir a cambios propios de las dinámicas de la naturaleza, hoy en día en el panel intergubernamental climatológico de las Naciones Unidas (IPCC) existe un consenso casi unánime sobre el hecho de que las temperaturas promedio han aumentado producto de la conducta del ser humano y las emisiones de CO2.

Todo esto ya había sido abordado hace unos meses en el último informe del IPCC, y que comentó la climatóloga Maisa Rojas en Voces de la Gran Ciudad, destacando que el interés de los organismos ya no está puesto solamente en el cambio climático, sino que en todos los demás objetivos de desarrollo sostenible y erradicación de la pobreza: degradación de tierra, seguridad alimentaria, manejo sustentable de la tierra y desertificación.

Resiliencia ante la sequía

Según el informe mencionado del IPCC, «aproximadamente 500 millones de personas viven en zonas afectadas por la desertificación. Las regiones que experimentan ese problema y las tierras áridas también son más vulnerables al cambio climático y los fenómenos de gravedad extrema, como sequías, olas de calor y tormentas de polvo, y el aumento de la población mundial, no hace sino someter esas zonas a más presión».

Revise aquí el informe del IPCC 2019.

En este contexto, resulta imprescindible comenzar a tomar medidas preventivas y proactivas, más allá de aquellas que puedan ser reactivas y que surgen una vez que la crisis ya ha estallado. Sobre esto, Felipe Machado cuenta que en Chile varios científicos e investigadores están estudiando esta área, intentando planificar soluciones tecnológicas que puedan ser usadas. Una de ellas es la desalinización y también la captura de vapor de agua desde la cordillera.

«Hay varias tecnologías que uno podría pensar, el tema es que habría que ver cuál es la más adecuada, y en ese sentido también tener en cuenta que esto no necesita sólo una solución tecnológica, sino que también un cambio de comportamiento de las personas», afirma.

Respecto de, por ejemplo, la desalinización, según informa en su sitio web la Fundación Aquae, se necesitan cerca de ocho litros de agua de mar para hacer cuatro litros de agua dulce. Además, las plantas de desalinización en todo el mundo consumen más de 200 millones de kilovatios/hora cada día y se encuentran en más de 100 países.

Asimismo, The New York Times consignó en un artículo que la principal razón por la cual algunos países no desalinizan el agua del océano es por su alto costo, ya que se requieren grandes cantidades de energía para hacer funcionar las plantas de procesamiento de aguas.

Pero a pesar de estas dificultades, en Chile ya están operando 24 plantas desaladoras, y los proyectos de otras 22 se encuentran en desarrollo. Incluso en septiembre de 2018, la Comisión de Evaluación Ambiental aprobó la construcción de la mayor planta desaladora de Latinoamérica, la cual se emplazaría en la Región de Atacama.

Con relación a este proyecto, y otros que se encuentran en evaluación, el diputado del Frente Amplio Diego Ibáñez, quien es presidente de la comisión investigadora en materia de gestión de recursos hídricos de la Cámara de Diputados, señaló a PAUTA que estas medidas debieran implementarse considerando la sustentabilidad. «Por ejemplo, en Israel, con la sal se construyen ladrillos para hacer viviendas sociales, no así con lo que se quiere hacer en Quinteros, donde esa sal se quiere devolver al mar, y eso perjudicaría, particularmente en la etapa larval, a muchas especies que no sobrevivirían al cambio en el agua», comentó respecto de una planta que fue aprobada en agosto de 2018.

Los pasos siguientes

El 20 de noviembre el ministro de Agricultura, Antonio Walker, anunció que se dispondrían más de $19.000 millones en apoyo a pymes agrícolas, buscando así ayudar a los pequeños y medianos agricultores que han visto afectada su fuente de trabajo por la escasez hídrica.

Cinco días más tarde, el 25 de noviembre, el ministro apareció nuevamente, pero esta vez en la región de O’Higgins, haciendo otro anuncio en la materia. «Vamos a disponer de $1.530 millones adicionales que van a apoyar directamente a los agricultores y apicultores de la región», señaló en la instancia.

Pero según Machado, medidas como esta, aunque cumplen con ayudar, no son la solución al problema de fondo. Si se trabaja bajo una perspectiva de resiliencia, «se deberían realmente tomar en serio esos distintos escenarios y empezar desde ya a trabajar con los agricultores para ver de qué manera se pueden rezonificar los cultivos de algunos sectores», explica.

Por ejemplo, según el Panorama de la Agricultura Chilena de 2019, documento elaborado por la Oficina de Estudios y Políticas Agrarias (Odepa), «la Región de O’Higgins tiene la mayor proporción de la superficie de maíz (43%), seguida por las regiones de Maule y Biobío», ante lo cual Machado destaca que «la zona central quizás ya no va a ser la más adecuada para ese tipo de cultivos».

Revise aquí el Panorama de la Agricultura Chilena de 2019.

Sin embargo, continúa siendo un tema crucial, y que aún no consigue una solución definitiva, la institucionalidad del agua. Hoy en día existen en Chile más de 40 instituciones que tienen algún tipo de injerencia en la gestión y administración del recurso hídrico.

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