Un millón de bolas negras contra la sequía (Agencia SINC)

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    Hay lugares del mundo que ya sufren con dureza las consecuencias de los extremos cambios de temperatura producidos por el cambio climático, y tratan de adaptarse a ellos. En el seco norte de Chile, una empresa de agua apuesta por utilizar un millón de esferas de polietileno para evitar que se evapore un recurso cada vez más escaso y preciado, el oro transparente del futuro: el agua potable.

    Por Patricia Luna

    El agua siempre estuvo vinculada a los orígenes de Combarbalá, una pequeña localidad situada en la región chilena de Coquimbo, a unos 350 kilómetros al norte de Santiago. Una de las hipótesis sobre su nombre afirma que en la lengua de los pueblos indígenas, el mapuche que adoptaron alrededor del 1500 las tribus molles y diaguitas, su significado provenía de las palabras ko “agua”, kam “lejos” y bala “pájaro acuático”: agua lejana con patos.

    En esta región de clima semidesértico estepárico, con una sequedad atmosférica que roza el 50%, el agua es desde hace tiempo un recurso escaso y lejano, mucho más desde que Chile vive los efectos de la ‘megasequía’, un fenómeno inusualmente extenso en el tiempo y prolongado a lo largo de este país de excéntrica geografía, el más largo del mundo, con más de 4.329 kilómetros de longitud.

    Las autoridades regionales de Coquimbo llevan tiempo tratando por todos los medios de cuidar el agua. Acostumbrados a usar camiones para abastecer a la población de agua potable durante los meses estivales, y ahora, durante otros períodos del año, la empresa Aguas del Valle que opera en Combarbalá apostó por una solución innovadora contra la evaporación: utilizar más de un millón de esferas de polietileno en cuatro piscinas para el almacenaje de agua potable.

    “Aguas del Valle es la primera empresa sanitaria de Chile en aplicar la tecnología de esferas de control de evaporación, una forma de optimizar el uso del recurso, en el contexto de sequía estructural que enfrenta la región”, señala a Sinc Andrés Nazer, gerente regional de la compañía de agua.

    “Se trata de la misma tecnología que ha empleado California, donde también se vive una dura sequía. Combarbalá es una de las comunas más afectadas por este fenómeno, por eso queremos reforzar nuestro servicio”, añade.

    Cada una de estas esferas de color negro se fabrica de una pieza, sin tapones, utilizando tres capas de polietileno de alta densidad (conocido como HDPE), a la que se suma otra con protectores de rayos ultravioleta y alguicidas y antioxidantes; en definitiva, aditivos estabilizadores y anticorrosivos para prevenir los efectos de la radiación ultravioleta sobre el material, que tiene una vida útil de quince años. Estos componentes permiten soportar la alta radiación solar, vientos muy rápidos y bajas temperaturas, tres de los factores que influyen en la evaporación del agua.

    Las esferas de color negro (el blanco se deterioraría en unos pocos meses), 530 gramos de peso y 127 milímetros de diámetro, están rellenas de agua –también potable– para poder flotar en las piscinas y no ser arrastradas o separadas de sus compañeras por el viento. Así pueden cumplir su importante misión.

    Un tapón negro gigante

    “Lo que hacemos es muy simple. Cubrimos con capas las esferas, que tienen agua dentro, para que floten en la superficie. Con ellas optimizamos la cobertura de la superficie líquida hasta el 91% y reducimos la evaporación hasta en un 80%”, explica a Sinc Cristóbal Rodillo, ingeniero y directivo comercial de la empresa chilena Exma, dueña de las Barrier Ball, una tecnología desarrollada, en un principio, por el poderoso sector de la minería chilena, motor económico de un país de abundantes recursos naturales.

    “En definitiva, es un sistema de cubierta flotante y permeable para masas de líquido. Actúa como un tapón que disminuye el intercambio de masa y calor entre el líquido y el ambiente, reduciendo pérdidas por evaporación. Además, resiste vientos de 200 km por hora, lo cual es importante en las zonas mineras, situadas en lugares desérticos con temperaturas extremas”, explica.

    El proyecto de Combarbalá se desarrollará en varias etapas y abarca cuatro tanques de acumulación de agua. La primera fase se inició el 14 de octubre de 2015, con dos piscinas que suman 4.000 metros cuadrados y que requirieron de 287.345 esferas. Cuando se complete, en 2016, abarcará un total de 14.000 metros cuadrados y 1.005.708 esferas.

    “Con la instalación de las esferas en esta primera etapa podemos ahorrar 9.344 metros cúbicos de agua anuales, lo que equivale al 11,4% del consumo de los habitantes de Combarbalá. Cuando el proyecto se desarrolle en su totalidad, con esferas en los cuatro depósitos, el ahorro equivaldrá al consumo de agua del 40% de la población de la zona, lo que es significativo”, afirma Rodillo.

    Para cubrir un metro cuadrado, se necesitan 71 bolas, que cuestan 25 dólares (23 euros al cambio actual).

    Las pelotas negras se ordenan por sí solas ante los cambios de nivel del líquido. “Se comportan igual con las piscinas llenas o medio llenas. Por su geometría, cuando la vasija está a medias y se reduce el área líquida, las esferas se montan unas sobre otras, a diferencia de otros dispositivos que quedan pegados en las paredes sin agua”, explica. Y solo cubren el 91% de la superficie, por una cuestión de geometría. “Las esferas cuentan con pequeños orificios en forma de triangulito. La suma de todos esos triangulitos que no cubren la superficie es un 9%”, explica.

    En cualquier lugar

    ¿Pero pueden estos cientos de pelotas ser instalados en cualquier lugar del mundo? La respuesta es que sí, pero hay que tener en cuenta la tasa de evaporación del terreno. “Funciona en cualquier ambiente, pero en algunos lugares va a ser más efectivo que en otros, especialmente en climas donde hay una zona de alta evaporación”, señala Rodillo.

    La empresa chilena para la que trabaja, Exma, lleva 30 años en el mercado y comenzó realizando ingeniería en plásticos para las celdas de extracción del cobre. Utilizaban esferas de menor tamaño para evitar la evaporación, la acidez y los olores, y con ellas lograron un 80% de reducción en algunas de las minas más famosas del país.

    Al detectar que las sequías del norte venían para quedarse, surgió la idea de desarrollar el mismo dispositivo pero con un mayor diámetro –para utilizar menos esferas, y hacerlo más barato y fácil de transportar– con objeto de cubrir las zonas líquidas expuestas a las inclemencias del clima.

    California, camino contrario

    En California, donde se han desplegado 96 millones de bolas en reservas naturales de agua, se investiga el camino inverso: usar la tecnología para el agua potable y, de ahí, exportarla al sector minero. Aunque otras diferencias lo separan del proyecto chileno: el principal objetivo del departamento de Aguas y Energía de Los Ángeles (LADWP) a cargo del proyecto es detener la llegada de la luz solar, que podría ocasionar una peligrosa reacción química entre el bromuro de los canales subterráneos del agua y el cloro que se usa para desinfectarla. La exposición de la luz solar sobre estos compuestos genera bromato, un elemento en la lista de sospechosos por ser potencialmente cancerígeno.

    Como efecto secundario, las esferas californianas también sirven para reducir la evaporación; sin embargo, no todos confían en que este método sea efectivo a la hora de reducir los efectos del calentamiento: “Las esferas de Los Ángeles fueron instaladas para aislar el agua de la luz solar y suprimir una reacción química no deseada. Sería una forma muy costosa de reducir la evaporación de un depósito”, explica a Sinc Jay R Lund, Director del Centro de Ciencias del Agua y profesor de Ingeniería Civil y Medioambiental de la Universidad de California.

    Aun así, el proyecto fue muy bien acogido por la comunidad. Generó grandes expectativas y despertó la curiosidad en redes sociales; incluso el alcalde lo publicó en su cuenta de Twitter. De repente, los embalses se habían convertido en extraños paisajes, como gigantescos parques de juegos infantiles llenos de bolas de un solo color: negro.

    La «megasequía» chilena

    Aunque sequías de uno o dos años son recurrentes en el centro de Chile, los últimos seis años se destacan como el período seco de mayor duración y extensión territorial desde mediados del siglo pasado. Desde 2010, el norte, el centro y el sur del país –normalmente lluvioso–, han experimentado un déficit constante de precipitaciones cercano al 30%. Los lagos, embalses y caudales de los ríos alcanzaron picos de un 70% de reducción en el norte del país, según el informe La megasequía 2010-2015. Una lección para el futuro presentado a la presidenta Michelle Bachelet por el Centro para el Cambio Climático y la Resiliencia de la Universidad de Chile en noviembre de este año, con el fin de obtener compromisos políticos.

    El informe afirma que “la persistencia temporal y la extensión espacial de la actual sequía son extraordinarias en el registro histórico. El evento, que hemos denominado ‘megasequía’, tampoco tiene análogos en el último milenio según las reconstrucciones climáticas basadas en el crecimiento de anillos de árboles”.

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