Cambios en ecosistemas, ríos y suelo: Las otras implicancias que vienen con una sequía prolongada (Emol)

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El MOP anunció un déficit de agua disponible que se suma a muchos similares en los años recientes. Más allá de los efectos en la agricultura y ganadería, la menor escasez hídrica trae consecuencias que requieren una gestión diferente.

Por Consuelo Ferrer

«Desgraciadamente no tenemos buenas noticias», dijo este martes el ministro de Obras Públicas, Alfredo Moreno, en el momento en que hacía entrega del balance hídrico de los primeros meses de 2021. «Lo que estamos viendo es que tenemos un año que es similar a 2019», informó. «Es decir, un año que es similar al más seco en la historia de Chile».

La mala noticia se puede leer en capas: entre los años 1995 y 2005, la lluvia en la zona centro norte y centro sur disminuyó aproximadamente un 10%, y durante la década siguiente cayó un 20%. A partir de 2010, la caída promedio de las precipitaciones en la zona central, en Valparaíso y Santiago, ha sido del orden del 40%. El nuevo anuncio es, en el fondo, uno de persistencia: la sequía no va en retirada.

«El tema de las sequías prolongadas tiene un efecto directo en la disponibilidad de agua más allá de solamente el año actual», explica la investigadora del Centro de Ciencia del Clima y la Resiliencia (CR)2 de la U. de Chile, Camila Álvarez, quien está a cargo del tema integrativo de seguridad hídrica en la institución. «Hay un tema que nosotros denominamos ‘memoria hidrológica’ e implica que a una cuenca no solo le importa la precipitación de este año, sino que también internamente recuerda, de cierto modo, los déficits de los años anteriores», dice.

«Si en un año pasado teníamos un déficit de 30% de lluvias, por ejemplo, eso podía generar un 20% de déficit en la disponibilidad de agua. Ahora, con el tema de esta persistencia de la sequía, el porcentaje de la disponibilidad de agua es mucho menor a la esperada, porque hay un tema de memoria. No podemos ver solamente el año: tenemos que ver los años seguidos. Y lo que estamos viviendo, al final, son manifestaciones del cambio climático en Chile», advierte.

Y es que la falta de precipitaciones, cuando se produce de forma sistemática por largos periodos de tiempo, no solamente trae consecuencias inmediatas como problemas en sembrados y alimentación de animales ganaderos, sino que traen aparejadas implicancias para los ecosistemas, la biodiversidad y también la condición de los suelos.

Ecosistemas que se adaptan

«En la zona del Maipo y también hacia el sur hemos visto que el bosque nativo se está secando», explica el investigador principal del Centro de Recursos Hídricos para la Agricultura y la Minería (CRHIAM) de las universidades de Concepción, La Frontera y del Desarrollo, Diego Rivera. «Eso es complejo, porque los ecosistemas no solamente cumplen una función ‘estética’: están ahí porque proveen otro tipo de servicios a la comunidad, por lo tanto cuando vemos que un bosque nativo va no tiene tanto hábitat para la vida silvestre, eso también afecta a las personas», dice.

A pesar de ello, Rivera explica que los ecosistemas naturales tienen la capacidad de evolucionar de acuerdo a la disponibilidad de recursos. «En los años 90, Peter Eagleson estableció lo que él llamaba ‘equilibrio ecohidrológico’, que quiere decir que en un determinado lugar solamente se va a producir una cierta cantidad de biomasa con una cierta diversidad en función de cuánta luz y cuánta agua llegue», comenta. «Cuando uno ve los cerros de la RM uno piensa que hay pocos árboles, pero esa es la cantidad de árboles que pueden ser sustentados con la lluvia y la luz que les llega», ejemplifica.

Por eso, Rivera afirma que «estos ecosistemas están acostumbrados a estos periodos extensos de sequía». El investigador se refiere en todo momento a aquellos espacios donde no existe intervención humana, debido a que «los ecosistemas subsidiados, como la agricultura, no tienen esa capacidad y necesitas sostener un alto nivel de biomasa y de producción todos los años». Una menor disponibilidad de agua, entonces, no necesariamente destruirá los ecosistemas naturales, pero sí los obligará a adaptarse: eso podría afectar la biodiversidad y el paisaje para los humanos.

Lo mismo observa Álvarez desde el (CR)2. «En toda la agricultura de secano, que es la que no se riega, puedes ver una correlación directa entre precipitación y verdor, pero efectivamente existe adaptación al agua disponible: consume menos cuando hay menos disponible, y consume más cuando hay más», comenta. Rivera también identifica el suelo seco como una consecuencia. «Eso implica pérdida de biodiversidad y la biología del suelo es súper importante en el crecimiento, por ejemplo, del bosque nativo», dice.

Hay otra discusión que viene de la mano con este fenómeno: la del tipo de vegetación que se privilegia a la hora de hacer paisajismo, en un país donde el pasto es la herramienta más común. «Esta cosa del paisajismo inglés es bonita, pero viene de un lugar donde llueve constantemente», dice Rivera. «Tener pasto trae beneficios: tiene que ver con la capacidad de filtrar aire, de capturar CO2 y de enfriar el ambiente. Eso implica que lo que se gasta en agua se ahorra en energía por otro lado, pero ¿cuánta agua necesito? ¿Es necesario que el pasto se mantenga siempre verde?», se pregunta. «Ahí hay harto espacio para mejorar la gestión del agua».

La ciencia de los ríos

Otra consecuencia de la baja en la cantidad de precipitación que cae sobre la tierra tiene que ver con los cambios que trae para los ríos cuando hay menos agua circulando. «Menos caudal significa menos arrastre de sedimento, y menos arrastre implica que están llegando menos nutrientes a las desembocaduras», expone Rivera. Explica también que se modifican las condiciones donde viven los animales, como los peces que en invierno prefieren las aguas heladas y que se encuentran con ríos donde, al haber menos agua, la temperatura sube.

«En el tema de fauna y diversidad están los caudales ecológicos: por mucho que nosotros queramos utilizar toda el agua que tenemos disponible en una cuenca, hay que resguardar el caudal ecológico que requiere un sistema fluvial y todos los ecosistemas asociados al río y su desembocadura», añade Álvarez. «No podemos, como sociedad, usar todo lo que la naturaleza nos entrega, porque tenemos que resguardar el manos estos caudales ambientales».

En esto hay un problema de entendimiento, según explicó la directora del Centro de Ciencias Ambientales EULA-Chile, Alejandra Stehr, a Tele13 Radio. «En Chile vemos el agua que se deposita, que es la que escurre por los ríos, y vemos el agua subterránea por otro lado y el uso del suelo por otro. No vemos que está todo interrelacionado. Tenemos que hacer una planificación que sea en conjunto», dijo.

Al final, coinciden los expertos, todo se reduce a eso: a usar inteligentemente lo que tenemos. «Las planificaciones a largo plazo tienen que considerar esta nueva disponibilidad de agua y no seguir comparándonos con los años 80 o 90: no hay que usar más agua de la que entra y de la que tenemos disponible naturalmente. Si el agua disponible es un dato fijo que te lo da el clima, lo que podemos hacer es manejarnos con eso. Toca que nos adaptemos a esta realidad, más que seguir reaccionando año a año a esta nueva disponibilidad, que ya sabemos que es menor que antes», dice Álvarez.

Lo mismo observa Rivera: «Estamos acostumbrados a preocuparnos de lo que no podemos controlar, que es la precipitación. Generalmente uno escucha que se habla de cuán poca agua ha caído, pero poco de cómo podemos gastar menos. Eso se llama gestión de la demanda. ¿Cómo podemos hacer lo mismo pero con menos agua?», plantea. «Después la pregunta es: ¿Cómo nos vamos a comportar cuando pase la sequía y tengamos mucha agua? ¿Vamos a volver a lavar el auto en la calle y a tirar agua potable desde camiones aljibes para regar parques? Si se acaba la sequía, ¿todos vamos a pensar que eso es normal porque hay agua de sobra?», cierra.

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