«Cambio climático: Entre la coordinación global y la responsabilidad individual» por Anahí Urquiza

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    Columna de opinión redactada por Anahí Urquiza, investigadora adjunta del (CR)2. Publicada en El Desconcierto.

    El cambio climático se ha filtrado en nuestras vidas comunes y resulta muy difícil abstraerse de él, siendo un problema que además evidencia nuestras dificultades de coordinación en una compleja sociedad global.

    Ya sea que consideremos al cambio climático como una realidad científica incontestable o como un simple invento detrás del cual hay intereses de todo tipo –como Donald Trump que considera al cambio climático un invento del gobierno chino-, incluso si creemos que es un anuncio divino del fin de nuestro mundo o si no le damos mayor importancia; lo cierto es que en cada punto de vista escogido frente al cambio climático se fija una posición y un conjunto de argumentos.

    Una de las cosas que más inquieta en el fenómeno del cambio climático no es solamente el set de los escenarios posibles que van desde el malo hasta el muy malo; sino la manera en que este tema se difumina al punto de producir la impresión de que se trata de algo sin respuesta.

    Sabemos que es esperable un relativo disenso en las comunidades científicas sobre los diagnósticos de la temperatura del planeta, pero más allá de esto, el cambio climático aparece ante la opinión pública como algo que parece no tener solución, pues ni siquiera se conoce bien el problema. En lo que refiere este tema, las incertezas de la investigación científica se transforman rápidamente en objeto de argumentos para un posicionamiento moral y político a favor o en contra.

    Cambio climático como problema

    A pesar que el comportamiento individual es fundamental, la mayor parte de las emisiones dependen de decisiones colectivas, y esas decisiones colectivas solo se podrán lograr con la presión de los ciudadanos. En la última conferencia de París reinó la euforia porque se acordó reducir las emisiones hasta cierto punto. Había razones para estar contentos, pero muchos sospechamos que este acuerdo era más bien un asunto simbólico: ¿Hasta qué punto puede hacerse cargo de su promesa un mandatario altamente impopular y cuyo mandato terminaba en el corto o mediano plazo? ¿Qué sucede cuando personajes como Trump alcanzan posiciones de poder con efecto mundial?

    Construir estructuras políticas estables a nivel internacional enfrenta múltiples desafíos, y uno de los principales se relaciona con que los políticos representan, ante todo, intereses nacionales. Debido a esto, la importancia que tiene el tema para los votantes es crucial para los acuerdos internacionales.

    Los usuales críticos de la política suelen invocar acá a su santidad el libre mercado para decirnos que es un asunto relativamente sencillo, una cuestión conductista como el perro de Plavlov: hay que generar los incentivos para obtener dinero con menos emisiones y dejar que el mercado haga el resto. Las consecuencias de este tipo de medidas las conocemos muy bien, especialmente en Chile: ese mercado transparente y libre de monopolios, donde la oferta y la demanda son como fuerzas newtonianas que se compensan, existe de manera bella y prístina sólo en los manuales de los economistas de Chicago.

    Aquí es posible identificar interesantes diferencias que nos hacen volver a enfrentarnos con la diversidad cultural. Mientras hay países que impulsan significativamente el uso de Energías Renovables, en otros se releva la incertidumbre de la ciencia. Estas diferencias territoriales se vinculan fuertemente a las concepciones que se tienen de la naturaleza y también a los límites de tolerancia que se vinculan a las condiciones de vida de los pueblos. En este escenario, el desafío de desacoplar crecimiento del PIB, del consumo y los gases de efecto invernadero, se transforma en una tarea que debe considerar tales diversidades.

    Por otra parte, es común identificar las apelaciones a los “cambios culturales” que permitirían las transformaciones profundas. Se apela al desarrollo de consumidores responsables, votantes comprometidos y ciudadanos activos. Otro camino apunta a las transformaciones profundas más integrales, que requerirían una revolución del “modelo hegemónico”, lo que aún parece estar lejos de la plausibilidad.

    Desafíos para la sociedad mundial

    Con estas condiciones estructurales, es necesario identificar estrategias que permitan coordinar de forma más efectiva las acciones de diferentes ámbitos funcionales y las influyentes estructuras organizacionales mundializadas que definen en gran medida las condiciones del cambio climático (se ha dicho que menos de 100 empresas son responsables de más de la mitad de las emisiones mundiales). Lograr articulaciones entre ciencia-política, con capacidad de regular una economía totalmente globalizada parece primordial.

    En este contexto, y al enfrentar los múltiples desafíos que impone esta nueva era geológica -que se ha comenzado a denominar “Antropoceno” debido a la predominante influencia humana y social en la transformación de la naturaleza- nos evidencia que somos ciudadanos de una sociedad mundial que requiere pasar a una nueva era en la política internacional.

    Considerando que no hay una relación directa entre las emisiones de un país y los efectos que este país sufre, y tampoco entre lo que emite una generación y la generación que vivencia los efectos, el compromiso de las naciones tiene un carácter en alguna medida altruista, ya que requiere el sacrificio de unos para el beneficio de otros.

    Podríamos señalar que nos enfrentamos al “dilema del prisionero” ya que quienes deben hacer los sacrificios (modificar sus conductas, negocios, etc.) no recibirán directamente los posibles beneficios de estas acciones. Aquí la tentación de comportarse como hacen los parásitos y esperar que otros reduzcan sus emisiones es muy alta, aunque evidentemente la mejor –y en realidad única- alternativa es actuar colectivamente.

    Pero cómo podríamos motivar una conducta altruista hacia un colectivo social anónimo y atemporal: “las generaciones futuras”. Esos que aún no nacen van a ser los más beneficiados, pues, con todo, este planeta todavía es habitable para nosotros: ¿quién podría estar en contra de esto? Mucha gente, la verdad. Es cosa de ver los rellenos sanitarios legales y mucho más los ilegales. La legislación ambiental se ha hecho un asunto tan relevante precisamente porque la ética no logra hacer ese trabajo y el asunto va in crescendo. Sin duda aquí se abre un desafiante campo para el derecho internacional.