Los megaincendios ya se volvieron una constante mundial (El Mercurio)

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Chile está a la espera de una dura temporada de incendios, mientras que otros países vienen saliendo de ella. La intensidad y voracidad de las llamas están probando la capacidad del planeta para combatir este nuevo tipo de infierno.

Por Lorena Guzmán

E n julio pasado, más de 80 personas murieron en Grecia y el pueblo de Mati desapareció. Enormes incendios fueron los responsables. En tanto que en España, se quemaron mil hectáreas en Valencia y más tarde, en agosto, las temperaturas al sur de Portugal, en Algarve, no bajaban de los 40 °C mientras la tierra ardía sin control. Incluso el Ártico no se salvó. Con temperaturas promedio 10 °C más cálidas de lo normal, Suecia vivió el julio más caluroso en 250 años y el fuego no dio tregua. El parque nacional Yosemite, en Estados Unidos, tuvo que ser evacuado y California vivió la peor temporada de incendios de su historia. Y la lista no llega hasta aquí.

Mientras, Chile está entrando a una nueva temporada de incendios -con una sequía que abarca gran parte del país y que no ha cedido en ocho años- que, según estimaciones del gobierno, tendrá un incremento en el número de incendios forestales con respecto al año anterior. Se estima que se quemarán más de 70 mil hectáreas o el doble de lo consumido el año pasado, o 20 mil hectáreas más que el promedio de lo que se quema cada verano. Si bien la estimación es conservadora cuando se piensa en un megaincendio, no deja de alarmar. Si el clima no acompaña, todo se podría salir de control.

La nueva generación

Lo que pasó a mediados de año en Grecia y Portugal dejó a todo el mundo atónito. Tanto brigadas de combate como autoridades se vieron sobrepasadas por un fuego que actuaba como nunca antes lo había hecho, o casi. «Se trata de incendios de sexta generación que, al igual de lo que pasó en Chile en 2017, son más grandes, más veloces y mucho más intensos», explica Susana Paula, académica del Instituto de Ciencias Ambientales y Evolutivas de la Universidad Austral.

En ambos países, terrenos que habían sido históricamente cultivados fueron abandonados y la vegetación los volvió a cubrir. Esta gran cantidad de combustible, junto con condiciones climáticas excepcionales, hizo que los incendios produjeran una temperatura extremadamente alta. «Ese aire caliente subió a la troposfera y cuando se topó con aire más frío, repentinamente bajó, como una tormenta, y secó todo», explica. Las condiciones perfectas para la propagación inmediata. «A ello se sumó que este tipo de incendios no se pueden combatir directamente por el nivel de energía que tienen, volviéndolos aún más incontrolables», agrega. Mientras un incendio de primera generación libera de 4 mil a 6 mil kilovatios por metro quemado, los de sexta llegan a los 80 mil o 90 mil kilovatios. El equivalente a un huracán categoría 5.

«En Portugal no se sabía lo que estaba pasando. Lo que conocíamos sobre la propagación del fuego no sirvió. Estamos recién aprendiendo lo que puede ocurrir», asegura Susana Paula.

Mauro González, investigador del Centro de Ciencia del Clima y la Resiliencia (CR)2 y académico de la Facultad de Ciencias Forestales y Recursos Naturales de la Universidad Austral, concuerda. «La capacidad del modelo tradicional de combate y extinción de incendios está superada. Con estas magnitudes ya no sirve la receta que tenían los equipos humanos y tecnológicos», opina. Se tienen que crear nuevas estrategias de combate y el escenario para ello está lejos de ser simple.

Entorno cambiante

Tradicionalmente, la forma de combatir los incendios era apagarlos lo antes posible, pero hace un par de décadas se comenzó a estudiar el comportamiento del fuego y eso cambió. Ahí nació la clasificación por generaciones. Mientras los de primera generación se producen en el límite de lo urbano y lo rural, los de segunda son más continuos. Los incendios de tercera generación se propagan a grandes distancias, superando cortafuegos o carreteras, mientras que los de cuarta consumen las urbanizaciones en medio de plantaciones forestales. La categorización se había quedado hasta ahí, pero hace poco el cambio climático, con sus largos períodos de sequías y mayores temperaturas, produjo incendios de quinta generación, los que incluyen las llamadas tormentas de fuego.

Los incendios de Chile de 2017 están justo en el límite de la quinta y sexta generación. El fuego no llegó a Santa Olga avanzando por tierra, como se hubiera esperado tradicionalmente, sino que flamas encendidas cayeron desde el cielo. Mientras que en zonas específicas del territorio, el fuego llegó a liberar de 80 mil a 90 mil kilovatios por metro.

«Con el cambio climático los extremos se agudizan, provocando condiciones que aumentan el riesgo de incendios», explica Francisco de la Barrera, académico de la Facultad de Arquitectura, Urbanismo y Geografía de la Universidad de Concepción e investigador del Centro de Desarrollado Sustentable (Cedeus). Así, una sequía prologada, altas temperaturas, poca humedad y mucho viento son la receta perfecta para el infierno. Eso ocurrió en Chile, Portugal, Grecia, Suecia y California.

Según datos de un estudio encabezado por científicos de la NASA y publicado en la revista Science, en los últimos 18 años la superficie quemada en el planeta ha disminuido debido a la extensión e intensificación de la agricultura. Si bien este es un dato positivo, el problema es que lo que ahora se quema lo hace de forma más violenta.

«Aunque combatir el fuego es muy costoso, ese cálculo se hace en función de las pérdidas directas que se pueden producir, posibles daños en viviendas, patrimonio forestal o, incluso, vidas humanas, y siempre queda corto. Pero, además, no se consideran todos los efectos indirectos como la contaminación del aire que es altísima», dice Francisco de la Barrera. Nunca se puede prescindir de los fondos para el combate, pero el foco debe estar en la prevención.

Factor humano

Más del 87% de los incendios son originados por el hombre, dice Mauro González. El 56% de ellos son accidentales, pero el resto son intencionales. «Debemos estudiar la causa subyacente de esto. Ya conocemos bien el efecto del cambio climático o la modificación del uso de suelo, pero tenemos que centrarnos en los factores sociales», agrega.

Lo que urge -coinciden todos los expertos- es la planificación del paisaje. «Parte de los incendios no se pueden evitar, pero sí se pueden minimizar sus efectos», opina Susana Paula.

Planificar mejor el uso de la tierra, pensar el ordenamiento territorial, diversificar el paisaje con distintos tipos de usos -no solo extensas y densas plantaciones forestales- y controlar que lo que se plante sea lo menos inflamable, son parte de las medidas.

En España, cuenta Susana Paula, se gestiona una proporción de los bosques desde las municipalidades, donde los mismos vecinos ayudan a limpiar y disminuir el combustible, mientras que en Australia los jardines están llenos de plantas menos inflamables.

«Este es un aprendizaje mundial y que se puede dar rápido», dice Francisco de la Barrera. Y no solo en gestión y prevención, sino también en cooperación internacional. «Los convenios son fundamentales para tener más acceso a equipamiento para el combate», agrega.

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