Un enorme cráter que dejó el impacto de un meteorito, un milenario bosque en pie y diversos restos de ocupación humana son parte de los hallazgos que el derretimiento de los hielos está dejando a la luz. Si bien estos son regalos inesperados para la ciencia, es cierto también que son una muestra del fatídico y dramático cambio que está viviendo la Tierra.
Por Lorena Guzmán
Hace unos 12 mil años, un enorme impacto remeció Groenlandia. Un meteorito de hierro golpeó la Tierra a unos 20 km/h, dejando un forado de 31 kilómetros de diámetro y 320 metros de profundidad. Si bien los investigadores habían descubierto su presencia hace algunos años, recién ahora lograron confirmar su extensión y origen. Enterrado bajo un kilómetro de hielo en el glaciar Hiawatha, el cambio climático lo está sacando a la luz.
Este es uno de los más recientes hallazgos que el retroceso de los hielos ha dejado al descubierto. Se podría pensar que es un golpe de suerte para la ciencia -al encontrarse algo que de otro modo no se habría conocido-, pero también es otra potente señal de la transformación que está viviendo la Tierra debido al cambio climático.
Tumbas glaciales
Bajo el Glaciar Mendenhall, en el lago Juneau, Alaska, oscuras sombras se yerguen sobre el hielo a medio derretir. Un bosque de mil años de antigüedad está reapareciendo, con sus árboles aún en pie y que incluso conservan algunas ramas.
«La Tierra es un laboratorio gigante, y esto es una gran oportunidad», dice Miriam Pérez de los Ríos, académica de Antropología de la Universidad de Chile. Si bien la razón que ha llevado a los descubrimientos es profundamente negativa, la otra cara de la moneda sí es positiva. Esto está permitiendo entender el pasado de otra forma, agrega.
Eugenia Gayó, ecóloga del Centro de Investigaciones del Hombre en el Desierto (CIHDE) de la Universidad de Tarapacá, y del Centro de Ciencia del Clima y la Resiliencia (CR)2, concuerda. «Aunque esto se asocie con lo negativo del cambio climático, se nos están revelando descubrimientos en muchas áreas», opina. Por ejemplo, continúa, en América del Norte han aparecido evidencias del poblamiento original del continente, algo que ha sido bastante controversial por la falta de información. «Los deshielos aportan datos nuevos y concretos que están ayudando a entender cómo fue ese proceso», explica.
Situaciones similares se han dado con el drenado natural o artificial de lagos, explica Patricio Moreno, académico del Departamento de Ciencias Ecológicas de la Universidad de Chile e investigador del (CR)2. Todo esto ha permitido conocer que en la Patagonia, por ejemplo, existieron en el pasado condiciones climáticas tan adversas como las que se viven actualmente, así como también la sequía que hubo en la zona en la época medieval, dice.
El que estos tesoros científicos queden al descubierto son el síntoma de una enfermedad mucho más compleja que solo el derretimiento de los hielos.
El lado negativo
Con el cambio climático todo el planeta se está calentando, pero el Polo Norte y los territorios cercanos lo hacen mucho más rápido. «Y no es solo el hielo lo que se está derritiendo, sino también el mismo suelo», explica Fabrice Lambert, académico del Instituto de Geografía de la Universidad Católica. Al derretirse, estas turberas -terrenos repletos de material orgánico- liberan metano en grandes cantidades, aumentando el efecto invernadero y las temperaturas. Como consecuencia, se derrite aún más hielo en un proceso de retroalimentación positiva fatal para el planeta. «El escenario para la segunda mitad del siglo XXI es muy riesgoso», asegura el investigador. Especialmente si no se detiene ese círculo vicioso.
Mientras continúa ese riesgo, una isla está escapando de su prisión helada lentamente en Groenlandia, mientras varios mamuts y diversa megafauna han aparecido en Siberia. Además, en los glaciares noruegos se han encontrado al menos dos mil piezas, que van desde vestigios de seis mil años de antigüedad, pasando por espadas vikingas y un par completo de esquíes de madera.
Los riesgos
Si bien el derretimiento ha develado muchos tesoros, estos no necesariamente están en las mejores condiciones. «Los glaciares fluyen y muchos de los objetos que están atrapados en el hielo son destruidos por ese flujo», explica Fabrice Lambert. Pero cuando los objetos están en parches de hielos en lugares planos, las posibilidades de conservación se elevan drásticamente.
Los hielos no son el único elemento que moviliza el cambio climático. «Las crecidas de ríos, como el aluvión que ocurrió en la Villa Santa Lucía, permite acceder a afloramientos de depósitos que no estaban disponibles», dice Patricio Moreno. Pero por otro lado, estos eventos también se pueden tragar el pasado.
En el norte de Chile, ejemplifica Miriam Pérez de los Ríos, los aluviones bajan por las quebradas donde antes hubo cursos de agua y, por ende, donde hay más posibilidades de encontrar vestigios antiguos. Así, esas evidencias pueden perderse, quedar expuestas a otras inclemencias del tiempo y/o quedar fuera de su contexto de origen, perdiéndose información valiosa.
Pero no es el único riesgo. El mar también puede ser un enemigo del pasado. «El alza del nivel de los océanos puede dejar bajo el agua elementos histórico y sedimentos», dice Eugenia Gayó.
Si bien el número de descubrimientos ha sido considerable hasta ahora, en los glaciares las excavaciones no se pueden hacer de forma tradicional. «Es como encontrar una aguja en un pajar», dice Miriam Pérez de los Ríos. Por ello, la búsqueda se concentra en zonas donde se conoce de antemano que puede haber material, y el resto se deja a la suerte.
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