La política forestal chilena enfrenta críticas profundas debido al impacto ambiental de sus plantaciones monocultivo de pino y eucalipto, señaladas como propicias para focos de incendios y crisis hídrica, sin embargo, mientras tanto, este sector, lejos de buscar reconversiones, plantea nuevas estrategias de presión al aparato público para mantener el añejo e insustentable modelo.
El modelo forestal en Chile, dominado por vastas plantaciones de monocultivo de pino y eucalipto controlado mayoritariamente por dos grandes grupos económicos, CMPC y Arauco, enfrenta un escrutinio creciente ante su papel en la degradación ambiental y la crisis hídrica.
Estas especies exóticas, promovidas desde la dictadura cívico militar por décadas bajo el amparo estatal, se han transformado en un elemento central de los problemas ecológicos y socioeconómicos en la zona centro-sur del país, donde los incendios forestales y la sequía avanzan junto a las plantaciones.
Según un informe del Centro de Ciencia del Clima y la Resiliencia (CR2), el impacto de estos monocultivos es innegable y multifacético. Las plantaciones cubren aproximadamente tres millones de hectáreas en Chile y han reducido los caudales de agua, agravado la frecuencia de incendios y aumentado los niveles de carbono atmosférico.
«Los paisajes dominados por especies exóticas, como el pino y el eucalipto, propician incendios de mayor envergadura y reducen la disponibilidad de agua en las cuencas«, señala el informe del CR2.
A pesar de estos datos, la industria forestal, representada por la Corporación Chilena de la Madera (Corma), plantea una estrategia de «sostenibilidad» centrada en reforestar y proteger los bosques, sin distinguir entre bosques nativos y plantaciones. Juan José Ugarte, presidente de Corma, enfatizó recientemente en el Encuentro Regional de Empresas (Erede) 2024 que la industria puede ser clave en la captura de gases de efecto invernadero (GEI) mediante la reforestación. Sin embargo, desde la perspectiva del CR2, estas plantaciones en realidad aceleran la liberación de carbono al ser taladas en ciclos cortos.
El modelo forestal chileno ha privilegiado especies introducidas por su rápido crecimiento y rentabilidad, lo que contrasta con el lento desarrollo de los bosques nativos. Esta preferencia ha desplazado especies nativas , vitales para la biodiversidad y el equilibrio hídrico. El estudio del CR2 detalla que el reemplazo de estos bosques nativos se atribuye en un 38 % a plantaciones de pinos y eucaliptos, fenómeno que ha alterado profundamente el ecosistema local.
A nivel regional, se han implementado planes de «reactivación forestal» orientados a crear empleos y promover la inversión en zonas rurales, como señala el presidente de Corma en Biobío y Ñuble, Alejandro Casagrande. Estas iniciativas pretenden fomentar la inversión pública y privada para dinamizar el sector y recuperar las hectáreas perdidas en incendios. Sin embargo, expertos sugieren que estas estrategias no abordan el problema de fondo: la homogeneidad del paisaje creado por los monocultivos y su papel en los megaincendios, que desde 2010 afectan en un 80 % a regiones dominadas por estas plantaciones, lo que no es asumido por los personeros de la industria forestal.
El informe del CR2 subraya la erosión del suelo como otra consecuencia grave de la actividad forestal. «La erosión alcanza hasta 31 toneladas por hectárea anualmente», advierten los científicos, señalando que la tala rasa y los incendios intensos empeoran la pérdida de suelo. Este problema, junto a la alta demanda hídrica de las plantaciones, agrava la situación de las comunidades rurales afectadas por la escasez de agua. | Leer en El Ciudadano.