(La Tercera, 22 de abril de 2015) Pese a que expertos estiman que aún faltan mediciones para certificar su presencia, el país ya experimenta drásticos cambios atribuibles al fenómeno global.
Por Cristina Espinoza
La Suaeda Foliosa o “kauchi”, como se conoce en Bolivia, es una planta típica de zonas áridas, donde la lluvia es rara. Sin embargo, en 2014, Manuel Contreras, decano de la Facultad de Ingeniería de la U. de Playa Ancha, junto a Lorena Flores, de la U. Católica de Valparaíso, la encontraron tras un catastro en el humedal El Yali, Región de Valparaíso. La planta se distribuye por cinco hectáreas en una zona típica mediterránea.
“Es muy extraño que esté corrida 300 kilómetros. Lo más al sur que se encontraba era Coquimbo. Cómo llegó a El Yali, no sabemos, pero hoy están las condiciones para que sobreviva”, dice Contreras. Ello es señal de cambio climático, asegura, porque en los últimos 50 años, las precipitaciones en Santo Domingo han bajado 12% y la temperatura ha subido 0,5 °C.
El avance de la aridez a la zona central es una de las proyecciones asociadas al cambio climático para Chile. Pero para comprobar científicamente que lo que hoy ocurre es por el fenómeno, es necesario que la tendencia se repita a largo plazo y no sea por variabilidad natural (fenómenos cíclicos como El Niño, La Niña o la Oscilación Decadal del Pacífico) que cada cinco, siete o más de diez años, alteran las condiciones climáticas.
Aún quedan años para demostrarlo, pero lo que ocurre hoy, dicen expertos, ya puede considerarse entre las primeras señales del cambio.
Desde 1950, la temperatura promedio en Santiago ha subido 1 °C . Si en 1984 la máxima en febrero fue 32,7 °C, hoy es más probable que supere los 33 °C, e incluso los 35 °C, como ocurrió este año dos veces (35,9 °C). Eso aumenta las posibilidades de olas de calor o tres días consecutivos con temperaturas superiores a los 32,5 °C, en el caso de la Región Metropolitana (o cuando la temperatura supera el 10% de las temperaturas máximas históricas).
“Hay cambios que son difíciles de atribuir (al cambio climático), pero el alza de la temperatura es lo más evidente. Ya hemos visto que ha aumentado bastante y los informes del IPCC (Panel Intergubernamental sobre el Cambio Climático de la ONU), proyectan dos grados más para Santiago”, dice Pablo Sarricolea, geógrafo de la U. de Chile. Que en Santiago ya haya subido un grado sobre el promedio es claro, dice, y tiene impacto en los días y noches cálidas.
Claudia Villarroel, meteoróloga de la Dirección Meteorológica de Chile (DMC), dice que, a excepción de la costa del norte (entre Arica y Coquimbo), las temperaturas mínimas y máximas del país presentan una tendencia al alza. Aunque la tasa de incremento fue mayor en las décadas de los 80 y 90, sigue en aumento y en ello tienen que ver tanto la variabilidad natural como el cambio climático. “La tendencia en Santiago es al aumento de 0,22 °C por década (desde 1961), es significativa”, dice.
Curicó y hasta Coyhaique han tenido incrementos significativos en la temperatura, lo que tiene impactos en los glaciares y la biodiversidad.
Ricardo Rozzi, ecólogo de la U. de Magallanes, dice que el alza de las temperaturas ha hecho que aves como la loica pecho colorado o los queltehues lleguen a Puerto Williams. “Se está poniendo cada vez parecido al resto de Chile”, dice. Como en Valparaíso, también han encontrado hierbas o pastos que antes no sobrevivían.
Sequía e incendios
El alza de la temperatura sumada al déficit de precipitaciones que afecta a la zona centro-sur, aumenta la probabilidad de que se produzcan incendios forestales. Mauro González, investigador de la U. Austral y el Centro del Clima y la Resiliencia (CR2), dice que el número de días al año con incendios forestales de gran envergadura (más de 200 ha) pasó de 125, en el período 1985-2007, a 190, entre 2008-2014, aumento que está dentro de lo proyectado para la zona.
“En los últimos cinco años hemos experimentado una megasequía, de Coquimbo hasta La Araucanía, incluso. Por primera vez en los últimos 50 años que tenemos registro de incendios, estos últimos dos años han superado las 100 mil hectáreas quemadas, eso está indicando que las condiciones climáticas lo están promoviendo. Con una vegetación más seca se propaga más fácil”, explica. La temporada de incendios se ha extendido desde el usual agosto-abril a todo el año, en ello influyen, además de la sequía, el cambio de uso de suelo y la forestación con especies exóticas, que son menos resilientes.
Al contrario de la temperatura, la escasez de lluvias es uno de los impactos más difíciles de vincular al cambio climático, pues son naturalmente muy variables. Con todo, la actual sequía no puede ser completamente explicada con la variabilidad. “Lo de los últimos 50 años está fuera del rango natural”, dice Maisa Rojas, paleoclimatóloga del CR2. Su severidad y longitud la hacen especial.
“Se puede afirmar que la larga sequía que afecta a la región (de Coquimbo) está inmersa en la tendencia decadal/multidecadal a una disminución de las precipitaciones que anticipan los modelos de cambio climático”, dice José Rutlland, climatólogo del Centro de Estudios Avanzados en Zonas Áridas (Ceaza). “Esto significa que si bien puede haber variaciones año a año en cuanto a la precipitación atribuible a otras causas (como El Niño), la tendencia a largo plazo debería mantenerse”, agrega.
CO2 y el mar
El derretimiento de los hielos, se estima, provocará el alza del nivel del mar, sin embargo, Laura Farías, académica de la U. de Concepción y parte del CR2, dice que no afectaría tanto al país, porque la topografía es muy abrupta. Lo que sí ya afecta es el cambio en la temperatura del océano, que se calienta en la superficie, generando un gradiente que dificulta la acción de los vientos y la surgencia (que permite la llegada de nutrientes a la superficie desde corrientes subsuperficiales más frías), que aumentan la producción.
Se suma la acidificación, pues al haber más CO2 en la atmósfera, el mar lo ha estado absorbiendo formando ácido carbónico que baja el PH y afecta al fito y zooplancton, base de la cadena trófica. El mar chileno, ya acidificado, podría seguir aumentando su acidez, afectando a especies importantes económicamente, como choritos, locos y lapas, dice Nelson Lagos, experto de la U. Santo Tomás.
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