Por Eugenia Gayó, investigadora asociada (CR)2
Un debate científico reciente es sobre qué época estamos viviendo actualmente. La respuesta oficial sigue siendo el Holoceno, que comenzó hace ya casi 12.000 años, aunque hoy nos encontramos en el periodo Meghalayan, una subdivisión del Holoceno establecida por la Comisión Internacional de Estratigrafía (ICS, por sus siglas en inglés), organismo a cargo de fijar las unidades geocronológicas de la Tierra.
La discusión comenzó con la propuesta de una nueva era: el Antropoceno, que cada vez toma más fuerza en el mundo científico. El Antropoceno representaría una época de la historia terrestre marcada por el impacto creciente y acelerado de las actividades sobre el planeta, las cuales estarían ocasionando vertiginosas variaciones climáticas a nivel global (e.g. aumento de la temperatura, pérdida de biodiversidad, acidificación de los océanos entre otros fenómenos).
Como indica una nota recientemente publicada en Nature, la ICS definirá en qué momento comenzó el Antropoceno, por lo que sus integrantes acordarán cual será su Sección Estratotipo y Punto de límite Global (GSSP, por sus siglas en inglés), elementos que definen cuándo termina una unidad cronoestratigráfica y comienza una nueva. La ICS, actualmente, baraja diferentes GSSP como potenciales candidatos para marcar el inicio del Antropoceno. Sin embargo, las detonaciones de bombas atómicas realizadas entre los años 1945 y 1963 contarían con más apoyo, en la medida que estas liberaron elementos radioactivos artificiales y han dejado una huella detectable a nivel global.
La idea de plantearse el Antropoceno como un problema cronoestratigráfico basado en GSSP no satisface a todas las disciplinas. En efecto, este enfoque es abiertamente criticado por antropólogos, artistas, sociólogos, filósofos, arqueólogos y ecólogos que trabajan en la interacción humano-ambiente. Para ellos, centrar la discusión en torno a una “fecha de inicio” o “marcador estratigráfico” representa una visión reduccionista. En primer lugar, porque enfatiza el “síntoma” en lugar del motor del Antropoceno: los humanos transforman deliberadamente los diferentes componentes del Sistema Terrestre para asegurar provisión de recursos y el bienestar social. Segundo, alude al hecho de que las transformaciones deben ser globalmente homogéneas y sincrónicas, aun cuando las sociedades interactúan con su ambiente de manera idiosincrática a lo largo del tiempo y en distintos territorios. Tercero, porque plantea este fenómeno como una característica exclusiva de la sociedades “civilizadas” o “industrializadas”, ignorando las constantes alteraciones antrópicas que se han ejercido en el planeta, previo a las detonaciones nucleares e incluso a la Revolución Industrial.
Así, algunos investigadores plantean que las bases del Antropoceno emergen, al menos, hace 8.000 años, cuando las sociedades prehistóricas alcanzaron -a nivel global- la capacidad de transformar sus ecosistemas locales y la composición de la atmósfera con la adopción de la agricultura y ganadería. En el caso de Chile, la gran mayoría de los problemas actuales que dan cuenta del Antropoceno se remontan a tiempos precolombinos (Figura 1), los cuales fueron escalando en intensidad en la medida que la complejidad social, niveles poblacionales y consumo de energía incrementó durante los últimos 3.000 años.
Figura 1: índice de polución desde los tiempos pre-colombinos, hace 3.000 años, hasta la Era Industrial. Se aprecia que en la antigüedad ya existía impacto humano, el que se acrecentó a lo largo del tiempo.
Con todo esto, se hace prioritario establecer un debate interdisciplinario entre las ciencias de la Tierra y las Ciencias Sociales y Humanidades, para que la discusión no se base sólo en el momento exacto en que comenzó el Antropoceno, sino que para entenderlo como un fenómeno socio-ambiental global que aborda tanto el estilo de vida de nuestros antepasados como el nuestro.