El cambio climático golpea fuerte a los recursos hídricos (Diario Financiero)

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Cientos de informes dan cuenta de la intensificación de sequías, inundaciones y lluvias dañinas, entre otros fenómenos, y sus impactos socioeconómicos.

Por Alejandra Aguirre y Alejandra Rivera

En el mundo el agua se está volviendo un tema cada vez más relevante, principalmente por los estragos que está causando el cambio climático en su disponibilidad y en las reservas del recurso. Mientras entidades como la Organización de las Naciones Unidas (ONU), el Banco Mundial o el World Economic Forum (WEF) alertan sobre los catastróficos efectos del calentamiento global en el agua, en Chile, la preocupación recién se está instalando. Y si bien existe una Política Nacional de Recursos Hídricos lanzada en 2015, e incipientes iniciativas como Escenarios Hídricos, no hay muchas acciones concretas.

Tan importantes son los efectos del cambio climático en el recurso, que el presidente del Banco Mundial, Jim Yong Kim, durante el Foro Económico Mundial realizado en Davos este año, dijo que éste corresponde a “los dientes del cambio climático”, entendiendo que este último es un “tiburón”. De hecho, sólo en 2016 Google Académico exhibe 138 mil artículos sobre este tema en inglés y 6.320 en español. En su mayoría alertan sobre los efectos de la escasez del recurso en la economía, el empleo, la alimentación y la salud de las personas.

La 11° edición del Informe Riesgos Globales 2016 del World Economic Forum (WEF) sitúa la “crisis del agua” en tercer lugar en el ranking, antecedida por la falta de mitigación y adaptación al cambio climático y a las armas de destrucción masiva, de entre 20 riesgos globales en términos de impacto y probabilidad a diez años. Entre 2012 y 2014, figuraba como un riesgo con efecto en el medioambiente, pero este año se calificó también con impacto social.

El cambio climático está teniendo un impacto directo en el ciclo del agua, intensificando eventos como sequías, inundaciones, evaporación, lluvias dañinas, derretimiento de glaciares, merma en la calidad del recurso, crecimiento del nivel del mar y acidificación de los océanos, por nombrar los principales.

La crisis también se refleja en el informe de la ONU sobre los recursos hídricos en el mundo publicado este año: el cambio climático amenaza la disponibilidad del agua, pues por cada grado de aumento de la temperatura global, el 7% de la población mundial está expuesta a una disminución de este recurso en al menos un 20%.

Y si a esto se suman las proyecciones del WEF, que estima que la demanda por agua se incrementará 40% a 2030, una luz de alerta amarilla se enciende. Sobre todo, si consideramos que el 97% del agua de la Tierra es salada, y del 3% restante, dos tercios corresponden a glaciares y masas de hielo, y la mayor parte de lo que queda está atrapada en el suelo o en acuíferos subterráneos.

De acuerdo al informe El Agua y el Empleo, publicado por la ONU en 2016, las inundaciones, las sequías y otros riesgos relacionados con el agua también pueden tener repercusiones en la economía y el empleo. Se estima que 78% de los puestos de trabajo de la población activa del mundo dependen del agua. Entre los sectores con alta dependencia figuran la agricultura y la industria, en rubros como silvicultura, pesca, acuicultura, minería, generación de energía, sector sanitario y turismo. Y entre los que tienen un riesgo moderado, la construcción, el ocio y el transporte.

El último informe del Panel Intergubernamental sobre Cambio Climático, IPCC, de la ONU, 2014, señala que los riesgos del recurso aumentan cuanto mayores son las concentraciones de gases de efecto invernadero. Para este siglo, el panel concuerda en que disminuirá la calidad del agua bruta, aumentarán las sequías en las zonas secas y bajará la disponibilidad de agua superficial y subterránea en la mayoría de las regiones secas subtropicales. Por el contrario, estima un aumento del recurso hídrico en latitudes altas.

La mayoría de los estudios e informes sobre cambio climático y agua apuntan a generar estrategias de adaptación, es decir, “el ajuste de los sistemas naturales o humanos como respuesta a los estímulos climáticos, actuales o esperados, o sus impactos, que reduce el daño causado y que potencia las oportunidades benéficas”, señala el IPCC. Esto debiera traducirse en planes de mitigación y medidas concretas para mejorar el manejo del agua con una gestión integrada de cuencas hidrográficas, mejorar la gobernanza del agua, tener uso eficiente del recurso, apalancado por políticas gubernamentales y acciones que involucren a todos los actores sociales.

Un paso importante se dio en la COP21 (Conferencia de las Naciones Unidas sobre Cambio Climático) realizada en París en 2015, donde uno de los acuerdos clave fue “mantener la temperatura media del mundo (tanto en continentes como en océanos) por debajo de los 2° C”, sobre la temperatura de referencia (mediados del siglo XIX). A ella se suma la COP22 que se desarrolló entre el 7 y 18 de noviembre en Marrakech.

Si este acuerdo no se respeta y se continúa en la tendencia al alza del calentamiento global, los efectos podrían ser devastadores para la humanidad, afirma el informe “Turn Down the Heat: Why a 4°C Warmer World Must be Avoid” (Banco Mundial, 2015). Entre ellas, señala inundaciones en ciudades costeras, mayor riesgo para la producción de alimentos, incremento de la aridez en las zonas más secas y mayor humedad en las más húmedas, olas de calor sin precedentes en muchas regiones, agravamiento de la escasez de agua, aumento de la intensidad de los ciclones tropicales, entre otros. Si bien suena a película de ciencia ficción, el mismo informe advierte que son inevitables si no se adoptan las medidas necesarias para no superar los 2° C.

El escenario en Chile

Al igual que en el resto del planeta, el cambio climático está afectando los ciclos del agua en el país, generando eventos extremos, escasez e inundaciones, con una sequía prolongada, principalmente en el norte, centro y centro sur del país, menos lluvia líquida y de nieve, además de heladas, fenómenos que se han hecho más intensos en el tiempo.

No obstante, la preocupación aún es incipiente si se compara con los países desarrollados. El año pasado, el gobierno lanzó el Plan Nacional para los Recursos Hídricos y la presidenta Michelle Bachelet nombró a Reynaldo Ruiz como delegado del agua, quien abandonó el cargo poco tiempo después de asumir y aún no presentan formalmente a un sucesor.

Más aún, las visiones de actores sobre este fenómeno no coinciden. Por ejemplo, expertos del Centro de Ciencia del Clima y la Resiliencia, de la Universidad de Chile, CR2, afirman que el país padeció una “megasequía” entre 2010 y 2015 y que hoy se enfrenta a una sequía. No obstante, el ministro de Agricultura, Carlos Furche, descartó la existencia de ambos fenómenos, y señaló que si bien el cambio climático está afectando las aguas líquidas y de nieve, explica que no ha sido perjudicial, porque las regiones del norte cuentan con embalses “llenos de agua”, que, incluso, garantizan el riego para las próximas tres temporadas.
¿Pero qué pasa en el largo plazo? Para algunos expertos, desde 2010 Chile sufre una sequía extensa, prolongada y cálida, que no se había registrado en al menos cien años. Históricamente, la zona centro del país ha sido una de las más golpeadas con episodios de uno o dos años de duración. No obstante, la sequía ya cumple seis años, ampliándose más al norte y también al sur.

El territorio comprendido entre las regiones de Coquimbo y La Araucanía es el más impactado, siendo la región del Maule una de las más vulnerables frente al cambio climático, considerando que se trata de una zona mediterránea altamente expuesta, con un intenso cambio de uso de suelo y alta proporción de agricultura familiar campesina.

La falta de lluvias ininterrumpida, además, ha ocurrido en la década más cálida de los últimos cien años, lo que agrava la escasez hídrica, producto del aumento de la pérdida de agua por evaporación. Este calentamiento gradual en la zona norte y en especial en el centro de Chile no se ha dado en la franja costera, donde las temperaturas se han mantenido estables e incluso, disminuido.

El informe “La megasequía 2010-2015: Una lección para el futuro, del CR2” (noviembre de 2015) explica que entre 2010 y 2014, el valle central y la precordillera presentaron temperaturas medias y máximas de 0,5° C a 1,5° C por encima de lo normal calculado entre 1970 y 2000.

En el mismo período, el déficit promedio en los caudales de los ríos (en Coquimbo y Valparaíso) alcanzó un máximo de 70%, reduciéndose hacia el sur a cerca de 25%. El agua almacenada en diversos sistemas también ha bajado. Es el caso del volumen del embalse La Paloma y el pozo Alfalfares – ambos en la IV Región -, que se encuentran en sus mínimos históricos hace más de tres años.

No obstante, el CR2 aclara que la actual sequía se asocia a una alta presión sobre la Patagonia, que afecta a esa zona y también al norte, mientras que en la megasequía había una alta presión sobre el Pacífico subtropical que limitaba las precipitaciones en Chile central, pero no en el territorio austral. Hoy, Santiago muestra un déficit acumulado anual de casi 20%, mientras que en Puerto Montt está llegando a 60% y en Coyhaique, a 70%.

Proyecciones

Los especialistas advierten que la sequía no es otra cosa que una sinopsis de cómo se viene el futuro. Prevén que el cambio climático antrópico – originado por la actividad humana – seguirá contribuyendo a una progresiva aridificación de la zona centro y sur del país durante el siglo XXI, incrementando la ocurrencia de eventos, como el que hoy afecta a Chile.

“Si suponemos, en un mal escenario, que los protocolos que se firmaron en París no se cumplieran, en unos 50 o 60 años más el déficit permanente de precipitaciones por causa antropogénica debería aumentar del 10% actual a 30%”, explica René Garreaud, subdirector del Centro de Ciencia del Clima y la Resiliencia CR2.

Pero independiente de que estos acuerdos se cumplan o no, lo que ha sucedido “enciende una luz amarilla para que los sectores público y privado se preparen para los impactos del cambio climático, pensando en que sus efectos serán más recurrentes en el futuro y que algunos rubros serán más o menos resilientes a la falta del recurso hídrico”.

La Fundación Chile (FCh) es uno de los organismos locales que está estudiando el tema del agua. Ulrike Broschek, subgerente de Sustentabilidad de esta entidad, menciona que Chile está dentro de los 30 países con mayor riesgo hídrico hacia 2015 (world water stress) y que este año, la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE) planteó que los cambios en el ciclo del agua influirán a futuro de manera negativa en el riego y la hidroelectricidad. Explica que para dar respuesta a esta tendencia, FCh, en conjunto con Fundación Futuro Latinoamericano y Fundación Avina, con el apoyo del Banco Interamericano de Desarrollo (BID), Banco de Desarrollo de América Latina (CAF) y Empresas por el Agua, lanzaron la iniciativa Escenarios Hídricos 2030, que busca generar soluciones con diferentes sectores -público, privado y ciudadanos- enfocados en las zonas que presentan mayores riesgos hídricos.

Broschek señala que el gobierno debe desarrollar las soluciones necesarias aplicadas a las particularidades de los territorios y a cada sector usuario del agua, incluyendo, los ecosistemas. Éstas deben ser medidas en su capacidad de implementación e impacto. Este es el trabajo que se busca desarrollar de manera conjunta y participativa.

Política pública

De acuerdo a la Política Nacional para los Recursos Hídricos 2015, los efectos del cambio climático no acaban con la sequía, que trae alza de temperaturas y acortamiento de los ciclos de vida de los cultivos (disminuyendo la exposición a los meses de primavera y verano). A ello se suman los riesgos de heladas, con una baja en todas las fechas de siembra y de lluvias dañinas, es decir, precipitaciones superiores a 10 mm/día en períodos como siembra, floración y cosecha. Además, en el plano social, se proyecta mayor vulnerabilidad para la agricultura tradicional y se espera tener efectos sobre los principales cultivos agrícolas chilenos.

Datos del mismo documento revelan que al año pasado el territorio mostraba un déficit de agua de 82,6 m3/s, el cual aumentará a 149 m3/s a 2030. El impacto de esta alza dependerá de las actividades productivas y usuarios asociados a los territorios más afectados por el déficit. “En general, los sectores más vulnerables al déficit hídrico son la agricultura y el agua potable”, comenta Ulrike Broschek, de FCh.
Para hacer frente a este escenario, el gobierno decidió asignar un nuevo rol al Estado y rediseñar la institucionalidad pública, incorporando mayor descentralización y capacidad operativa a los gobiernos regionales. Esta política propone avanzar en nuevas formas de ordenamiento territorial, las cuales consideran como pilar central, la distribución y disponibilidad del agua.

En ella también se planean diversas líneas de trabajo desde el rol del Estado para enfrentar el déficit de agua. Entre éstas está la gestión integrada de los recursos hídricos como política nacional, el fortalecimiento de las instituciones públicas vinculadas con la gestión y administración de los recursos hídricos -que incluye impulsar el desarrollo de capital humano especializado y fomentar la innovación y nuevas tecnologías- , incorporar la creación de un sistema de información útil para la ciudadanía y diversos sectores, la instauración de una cultura de uso eficiente de los recursos hídricos y apoyo del desarrollo energético sustentable del país, promoviendo la construcción de obras de uso múltiple principalmente para riego y energía.

A su vez, entre las medidas están reorientar los instrumentos públicos y recursos para enfrentar los desequilibrios hídricos e impulsar el desarrollo de nuevas tecnologías para mejorar la disponibilidad y ahorro de los recursos. En tanto, en el marco regulatorio, la política propuso una reforma constitucional y cambios en el Código de Aguas.

Pese a la evidente falta del recurso, el debate sobre una reforma al régimen legal y constitucional del Código de Aguas no contempla la sequía como un evento recurrente y prolongado, como ha sido la tónica de los establecidos en 1967 y 1981, obviando que al menos un 25% del déficit de la precipitación se atribuye al cambio climático antrópico.

Por ello, el informe del CR2 manifiesta la importancia de agilizar la instauración de un organismo de coordinación interinstitucional responsable de la gestión de recursos hídricos a nivel nacional, que fomente la conciencia respecto a la finitud de este bien. De igual manera, una reforma al Código de Aguas debiera incorporar la preservación del medioambiente, además de consagrar el derecho humano al agua.

Agua y Agricultura

La agricultura es el sector que mayor uso hace del recurso hídrico; posee el 73% de los derechos de agua. Según el ministro de Agricultura, Carlos Furche, el principal efecto del cambio climático para el rubro es la disminución de aguas líquidas y de nieve, lo cual “no ha sido perjudicial”.

En lo particular, en las regiones del Biobío y del Maule se está viendo afectada la agricultura de secano (que se riega con aguas superficiales de ríos, deshielos, etc.) y parte de la de riego, como arroz, maíz y trigo, lo que no ha impactado a la economía.

“El primer semestre de 2016 el sector agropecuario y forestal creció 5,5%. Con estos datos es más que razonable afirmar que vamos a tener un crecimiento dinámico por sobre el promedio de la economía chilena”.

Comenta que el gobierno está desplegando un plan de inversiones públicas para acumular más agua, que considera la construcción de ocho tranques con un gasto de US$ 1.000 millones, “la mayor inversión de la historia chilena en este ámbito”, afirma el ministro. De ellos, tres ya están licitados y asignados en las regiones de Arica y Parinacota, Coquimbo y Biobío, siendo este último el más grande desde la construcción del embalse La Paloma, en los 70.

Lo anterior se complementa con otras medidas, como tecnificación, desarrollo de variedades más resistentes al estrés hídrico, desarrollo de variedades capaces de resistir el surgimiento de nuevas enfermedades, plagas y pestes.