Columna de Opinión de Nicolás Huneeus, investigador principal de la línea de Modelación y Sistemas de Observación del (CR)2. Publicada en Revista Heureka.
El sur de Chile se vio afectado este verano por uno de los incendios más devastadores que hemos tenido desde que hay registro. Desgraciadamente, el incendio no sólo provocó daños materiales en las casas y pueblos que devoró en su camino, junto con varios cientos de miles de hectareas que consumió, sino que también, cobró múltiples vidas humanas.
Adicionalmente, la nube de humo de estos incendios (o penacho) deterioró la calidad del aire en su paso, exponiendo a la población a potenciales riesgos en la salud por su exposición a altas concentraciones de contaminantes provenientes de esos incendios. Por ejemplo, las estaciones de monitoreo de calidad del aire en Santiago, registraron valores que comúnmente se observan en periodos de invierno en la ciudad, muy lejos de las condiciones limpias de aire a la que estamos aconstumbrados en verano.
Más allá de ello, existe un impacto de este «mega-incendio» del que poco se ha hablado y del que desgraciadamente poco se sabe aún es el impacto que pueden tener estas emisiones en el clima de la región.
Como muestran las imágenes satelitales que captan la magnitud de las emisiones de esos días, este fue un evento que dejó de ser local y pasó a tener una » huella» regional. Se ha estudiado, por ejemplo el impacto que tienen las emisiones de quema de biomasa de la India en acelerar el derretimiento de los glaciares en los Himalayas. Pero poco se sabe de cómo las emisiones de biomasa, ya sea de incendios o de nuestras ciudadades, pueden afectar nuestros glaciares andinos.
Ciertamente la prioridad ahora está en la reconstrucción en las zonas afectadas y en planificar cómo se pueden evitar desastres como este en el futuro. Pero también hay que preocuparse de esos impactos silenciosos e invisibles, que tienen el potencial de ser tan dañinos como aquellos que podemos ver.