«En el año de los océanos: El deber soberano de estudiar el océano austral» por Ricardo De Pol-Holz

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Columna de opinión de Ricardo De Pol-Holz, investigador asociado de la línea de Biogeoquímica (CR)2. Publicada en El Mostrador.

Números para maravillarnos

Nuestro planeta tiene unas dimensiones que no pueden sino maravillarnos. Por ejemplo, la superficie de la Tierra tiene un área de 510 billones de metros cuadrados, eso es 510 seguido por 12 ceros. Del gran total, esa maravillosa masa que llamamos Océano ocupa un portentoso 70%, algo así como 360 billones de metros cuadrados. Desde el espacio exterior, la Tierra se ve azul y hermosa, tal como lo gritara un maravillado Yuri Gagarin en el primer viaje espacial de la humanidad. Nuestro imaginario nos dice que vivimos en un «planeta de agua». Un Océano infinito donde, por cada ser humano hay 185 mil millones de litros del vital elemento. Al mismo tiempo, la «máquina» oceánica posee 1000 veces más contenido de energía calórica que toda la inmensa atmósfera terrestre y de hecho, más del 90% del calor «extra» que le hemos (sí, nosotros) entregado a la Tierra al aumentar la concentración de gases invernadero en la atmósfera, ha ido a parar al océano. Cómo no maravillarnos con estos números! El océano es y ha sido siempre un actor fundamental que determina el estado climático de la Tierra y hasta ahora el Océano ha sido un buen amigo, pero…

Números para preocuparnos

El imaginario del «planeta de agua» surge de ver el mundo en dos dimensiones. Me explico. Si el tamaño de la Tierra fuera como esos mapamundis de unos 50 cm de diámetro, y quisiéramos remover todo el espacio donde prospera la vida en el planeta, cual gigantes con una gubia tallando todo el mapamundi sacándole montañas, aire y océanos, tendríamos que ser bastante cuidadosos ya que a esa escala todo lo que en la Tierra real está 10 kilómetros sobre y bajo el nivel del mar no es más que una delgadísima tela de cebolla de menos de un milímetro de espesor en nuestro mapamundi. Imagínese lo preocupante: TODO lo que tiene vida en el planeta, todos sus sueños, amores y pesares, todo lo GAIA de la Tierra tiene lugar en una delgadísima tela de cebolla. Por rebuscada y trillada que parezca esta comparación, el objetivo que persigue es que nos ocurra lo mismo que a Gagarin, quien además de maravillarse con el azul profundo, gritó también desde su nave espacial «qué frágil»!!. Y eso es preocupante.

Números para meditar

Durante la historia geológica de la Tierra esta delgada capa ha sido MUY distinta a la actual, al punto que en estricto rigor podemos imaginarnos que se trataba de otros planetas. Por ejemplo, un planeta muy antiguo, sin oxígeno en ninguna parte, con un Sol casi 30% menos brillante y que si no se congeló de punta a cabo, fue porque tenía mucho más gases invernadero en su atmósfera los cuales funcionan como esas frazadas extras que ponemos en la cama de invierno. Otro, muy cálido con reptiles gigantes y sin hielo. Por último, nuestro planeta, aquel donde prosperó el mono desnudo. Un planeta relativamente frío y de bajas concentraciones de gases invernadero. ¿Cómo lo sabemos? Aunque parezca increíble, tenemos diminutas muestras de la atmósfera terrestre de los últimos 800 mil años atrapadas en los hielos Antárticos. Al analizar estas diminutas máquinas del tiempo se ve una atmósfera donde su concentración de CO2 ha variado cíclicamente entre dos valores muy acotados: un mínimo de 190 y un máximo de 280 partes por millón. Meditemos un poco: casi un millón de años donde esta «telita de cebolla» ha estado en un balance extraordinario. Cuando el CO2 está en el mínimo, el planeta se encuentra en una «era del hielo». Por otra parte, cuando transita hacia el máximo de CO2, los hielos se funden y la Tierra se vuelve moderadamente cálida, como lo ha sido durante los últimos 10 mil años, tiempo en el cual han surgido todas las civilizaciones humanas. ¿Cuánto demoró la Tierra en pasar de un mínimo a un máximo? Aproximadamente 8000 años. Un suspiro geológico, pero un tiempo incalculablemente extenso a escala humana. ¿Dónde fue a dar ese CO2? Gracias a los avances en la medición de carbono-14 en microfósiles marinos, hoy estamos casi seguros que todo el CO2 que se movilizó lo hizo entre la atmósfera y el océano. Esto no es de extrañarse, la cantidad de carbono en tránsito de la que estamos hablando es de 200 mil millones de toneladas, mucho pero nada para el océano profundo quien de forma natural posee 50 veces más carbono que la atmósfera. ¿Dónde ocurrió el intercambio? El lugar geográfico lo podemos imaginar como una gran «ventana» comunicando la atmósfera y su contenido con el del océano profundo. La ventana más grande y más importante por lejos, es el Océano Austral. Cuando esta ventana está cerrada, la inmensa cantidad de carbono que está disuelto en las profundidades permanece inmóvil y la atmósfera disminuye su concentración por la captura de CO2 que hacen los organismos marinos de la superficie. Esa es la situación de la «Era del Hielo». Cuando la ventana se abre sin embargo, se moviliza todo ese exceso atrapado en las profundidades y el Océano Austral le entrega gran parte de esas 200 mil millones de toneladas de carbono de vuelta a la atmósfera.

Números para movilizarnos

Al igual que la ventana abierta del Océano Austral, nosotros hemos emitido a la atmósfera alrededor de 300 mil millones de toneladas extra de carbono, principalmente por quema de combustibles fósiles. Hay una pequeña diferencia eso sí. Lo que naturalmente ocurrió en ese largo periplo de 8000 años, nosotros lo hemos hecho en apenas 200. Basta ver un gráfico de la concentración de CO2 de los últimos 800 mil años y verán que en los últimos 200 sube con una pendiente casi infinita. Eso llama a movilizarnos. Qué diablos va a pasar con la ventana del Océano Austral. ¿Va a seguir abierta? ¿se va a cerrar? ¿rápido? ¿lento?

Hasta el momento el Océano ha sido un gran aliado pero eso puede cambiar. Una noticia para motivarnos. La única región habitada del planeta que intercepta el Océano Austral en su zona sub-Antártica es la Patagonia Chileno-Argentina. Somos bañados por el Océano Austral. Es un deber SOBERANO estudiarlo. Los efectos del cambio climático ya están aquí. Esto no lo vamos a solucionar hoy, es un problema inter-generacional. La dificultad es que hay muchas personas que prefieren que todo siga igual y jugar a la ruleta a pesar de toda la evidencia. Quizás Ud. es uno de ellos. Si le sirve de algo, le cuento que yo voy a seguir el principio precautorio y voy a tratar de que la generación de mi hija tenga la mayor cantidad de antecedentes a disposición. Ojalá que nuestros candidatos a la presidencia no fallen en presentarnos muy claramente sus planes y visión para las ciencias en Chile.

Dr. Ricardo De Pol-Holz. Doctor en Oceanografía. Investigador Asociado GAIA-Antártica, Centro de Ciencias del Clima y la Resilencia y del Instituto Milenio de Oceanografía.